Puente de la playa para acceso a Gualleturo y Ger |
Ducur es un punto en la vía al Guayas por Cañar, de ahí
nos encaminamos hacia Gualleturo. La carretera no es mejor que la que conocimos
hace 25 años. Sólo el puente en la Playa ha cambiado, es metálico y puede resistir
los embates del río Cañar que baja de las alturas y va rumbo a la costa en
donde causará estragos en épocas de invierno.
A partir de la Playa existe hoy una carretera que va
hacia Ger. Hace años era sólo una trocha que en penoso viaje de tres horas
conducía a ese poblado perdido en media montaña pero cargado de historia; allí
conocí restos de una hacienda que fuera de doña Florencia Astudillo, acaudalada
y solitaria mujer que vivía en ambiente feudal
Conocimos las piedras con petroglifos de milenaria antigüedad |
Una historia
singular
Habitantes de Gualleturo |
Chicas que nos acompañaron a los petroglifos |
Allí nos enteramos de muchas cosas relatadas por indios
ancianos que la conocieron y la sirvieron casi en condiciones de esclavos. Nos
contaban que la “Niña” era buena con ellos y que cuando se le ocurría ordenaba
que la lleven a su hacienda en Gapal de Cuenca. La llevaban en guandos, hacían
tres días, descansando en tambos o en otras haciendas a lo largo de la ruta por
Cañar. Cada uno de los veinte o treinta guandos, jóvenes y fuertes, debía llevar
su propia tonga, un poco de carne seca y mote, mientras ella hacía cocinar un
chancho gordo para alimentar en el camino a dos perros negros como el diablo que
le acompañaban arriba. Relataban que al llegar a la hacienda de Chaguarchimbana
en el Vergel, se subía al balcón y les lanzaba unas monedas, recomendándoles
que no vayan a tomar trago y que lleven ropita para sus hijos. Eran apenas unos
miserables centavos. Cuando les inquirí si la odiaban, los indígenas viejos en
su quichua traducido por una chica de Cañar, decían que no, que la respetaban
mucho. Esclavos que llegan a amar las cadenas que los oprimen, decía un amigo
mío. La presencia de la Niña había causado honda impresión en los indígenas,
que las noches la veían por los cerros “caminando con sus dos perros negros que
botan candela por los ojos”. Alguien dijo: “está en el infierno y le acompañan
los diablos”. El relato de Mama Úrsula es otra página de esta historia.
Encontré a esa anciana que bordeaba los cien años, había sido la nana de la
Niña; me contó algunos pasajes de la solterona misteriosa de presencia fugaz.