La autopista que lleva de
Guayaquil a la península es espectacular. Cuatro carriles y señalización
horizontal y vertical, vallas publicitarias y un paisaje muy atractivo hacen el
deleite de los viajeros. Luego de una hora y media de partir del puerto
principal se divisa letreros que anuncian Chanduy y luego la capital provincial.
El transporte público de buses es muy bueno, y como dijo un pasajero, “ahora es
mejor porque no deben abusar de la velocidad, so pena de una multa, reducción
de puntos en la licencia de conducir y tres días de prisión”. Estas medidas,
para un buen entendedor, son más que convincentes.
La
península con una historia singular
La ciudad de Santa Elena
está asentada en una zona de gran antigüedad en cuanto a culturas ancestrales.
La península en sí, fue sin duda escenario de actividad marítima desde antes de
la era cristiana, tiene asentamientos de pueblos navegantes por excelencia,
para quienes el mar era su vocación y es seguro que debieron intercambiar
productos con pueblos costeños del norte del Perú y Centro América,
posiblemente en el tiempo de los gigantes, de aquellos que el P. Juan de
Velasco cita en su obra cumbre, que aparecieron por el mar, no se sabe de dónde
y se quedaron a vivir en esas tierras, hasta que por usar a las mujeres nativas
a las que destrozaban, enfureció a los habitantes, que resolvieron destruirlos,
pero “bajó fuego del cielo, en medio del cual se vio un ángel con reluciente
espada y quitándoles la vida les consumió el fuego”. (Historia Natural. Pág.
163). Verdad que parece una fantasía, pero es frecuente en varias
civilizaciones del mundo. Los “Amantes de Sumpa”, en evidente abrazo de amor
eterno a toda prueba, incluso de la muerte, es otra historia sobre seres
humanos que vivieron en la península en el tiempo de los primitivos navegantes
que tenían la concha spondylus como moneda para el comercio. Los museos de
Santa Elena, Chanduy, Valdivia y otros, guardan invalorables recuerdos de esos
pueblos laboriosos, organizados y emparentados con el mar desde hace mucho
tiempo, y que incluso hoy, reproducen objetos con admirable “autenticidad” y
que a veces pasan, como dice Piero, como “valiosas cosas viejas recién
envejecidas, para americanos…”
Vicente
Rocafuerte y la Madre
Paseo por la calles de Santa
Elena a una temperatura de 40 grados, pero la noche es fresca. La gente va y
viene, todos laboran y la pesca genera alimentos del mar, que muy bien
preparados en oasis de restaurantes acude para disfrutar de la gastronomía. En
la iglesia central oran y cantan, seguramente pidiendo ayuda divina o perdón a
Dios por los pecados, veniales por ser humanos. En el parque central la gente
descansa, parejas conversan, seguramente cosas del amor efímero o de domésticos
problemas, y para refrescar esos avatares tan propios de los hijos de este
mundo, cada cierto tiempo pasa un joven con una botella grande de gaseosa bien
heladita vendiendo el vaso a 25 centavos, la mejor ocurrencia y el mejor
deleite para la sed. Cae la noche, poco a poco la gente desaparece del parque y
las calles, queda solitario el magnífico monumento a Rocafuerte, primer
presidente ecuatoriano, luego de la desorganizada administración del forastero
Flores, además cuestionado por la muerte del Gran Mariscal, pero en honor a la
verdad un auténtico héroe en varias ocasiones; por allí también queda sola la
Madre, de lindas formas de bronce con su niño, de Paúl Amadeus Palacio Collmann
(Loja 1.942), inspirado seguramente en la exuberante mujer costeña.
Día
soleado para ir a la playa
Hay que descansar, no queda
más. Ya a las diez de la noche en el Hotel Cisne, un poco de tv y las últimas
noticias del día, aunque lo más recomendable es una película de cable, hasta
cuando Orfeo diga basta, en todo caso mejor que todo aquello de cada día,
violencia, farándula y otras ofertas no del todo edificantes. Al día siguiente
es otra cosa porque uno se llena de esperanzas y reconforta el espíritu. Muy
temprano vamos a la estación de buses que van por la ruta del Spondylus. En 40
minutos, por 50 centavos, llegamos a San Pablo. Primero altos edificios de
departamentos y ciudadelas, luego el pueblo con casitas pequeñas y algunas de
mejor calidad. En este punto no dejan de pasar los buses que van y vienen de
Santa Elena, Ballenita, La Libertad, Salinas, Bolívar, Ayangue, Montañita,
Ayampe, Valdivia, etc. Y enseguida, como dice la canción, “vamos a la playa…”,
extensa, limpia, con lanchas y pescadores; ese día pocos turistas que caminan,
se bañan; pescadores que arreglan sus redes; puestos de comida sin comensales;
un joven que con cuchillo limpia el casco de su nave para luego protegerla con
resina; pocos comerciantes que venden el producto de la pesca y contadas
mujeres comprando.
Redes,
preparativos y soledad
Converso con dos hombres que
arreglan sus redes: en estos días hay buena pesca de langostinos, venden el producto
a regular precio en los hoteles o vienen a negociar en el lugar; salen a su
faena después del medio día y regresan a la media noche luego de alejarse diez
o quince millas, sin más brújula que su instinto alimentado desde la niñez, sin
más aparejos que su valentía y fortaleza de cholos herederos del habitante
costeño de siglos; sin más compañía que su suerte, forjada en cada día con
tenacidad y perseverancia. ¡Ah hombres admirables! Más allá un joven desprende del casco de su
nave las costras de sal acumuladas en meses, para calafatear y después a fuerza
de músculo empujarla al mar ayudado por rodillos de madera y palos que son
remos, para confundirse enseguida en las olas, confiado en sus brazos fuertes;
su joven esposa lo mira más allá a unos veinte metros y talvez dirá, “lo amo
porque es valiente y no da su brazo a torcer…” Lecciones a cada paso, la
principal, afrontar la soledad con estoicismo y valor, aunque de pronto surja
un suspiro de desesperanza. Debe haber sido esa la experiencia de Eduardo Endara
Crow en Río Verde, junto al mar, esperando la llegada de alguien que al final
nunca llegó. En San Pablo el sol se pone, los pescadores recogen sus aparejos y
nosotros volvemos al bullicio, retornamos luego de sembrar recuerdos.
César
Pinos Espinoza
www.proyectoclubesdecomunicacion.blogspot.com
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