Publicado en Diario El Mercurio, de Cuenca, Ecuador
Cuentan los cronistas que a Calicuchima o Calcochima, uno de los últimos guerreros quiteños defensores del Tawantinsuyo, habiendo caído en manos de los españoles en Cajamarca le esperaba una muerte espantosa. En efecto, para saber dónde había tesoros ocultos lo enterraron sólo con la cabeza al aire rodeada de fuego, pero el jefe indio en actitud heroica jamás reveló nada. Antes de ser quemado vivo gritaba ¡Pachacamac! ¡Pachacamac!, invocando a su dios, el todopoderoso e intangible como el Dios de los cristianos.
Pachacamac era considerado el “soberano del mundo”, “un dios sin piel ni huesos”, el creador de personas, plantas, animales y todo cuanto existe. Estaba ligado a varios elementos de la naturaleza, como el agua y fenómenos como los temblores, muy comunes en la costa pacífica del Perú. Sin embargo, lejos de ser quien protegía a las personas de los movimientos telúricos, era quien los provocaba y a quien había que agradar y ofrendar para evitarlos.
Cerca de Lima, Perú, recorro el enorme e impresionante complejo. ¡Cuánta grandeza e imponencia del pasado! Han transcurrido cerca de dos mil años y creo que desaparece poco a poco, como para evidenciar lo efímero de este mundo. Varias culturas ocuparon ese espacio y cada una contribuyó a través del tiempo: Lima, Ichsma, Wari e Inca. La relación con nuestras culturas ecuatorianas de la costa se dio sin duda alguna, pues en la Sala Museo Oro del Perú del Malecón de la Reserva se destaca a la concha Spondylus, única en su género, proveniente de los alrededores de Manta.
Entre 1200 y 1450 d.C. se desarrolla la cultura Ischma. Es época de esplendor del centro ceremonial con un urbanismo de corte religioso. En este momento se fortalece el Templo Pintado y se construyen los 15 Templos o Pirámides con Rampa y las dos calles principales. Los Incas, al llegar al valle (1450-1532 d.C.), establecieron nuevos centros administrativos, adecuando las construcciones preexistentes a las nuevas necesidades. Se construyó el Templo del Sol, el Acllawasi (para las Vírgenes del Sol), el Palacio de Taurichumbi, la Plaza de los Peregrinos, entre otros. Alrededor de 1450 d.C., Tupac Yupanqui viaja a Pachacamac, hace muchos días de ayuno y oración delante del templo, rogando ser conducido hacia la presencia de su dios. Realiza grandes sacrificios de llamas y queman muchas prendas de vestir, como era la costumbre. A Pachacamac acudían los peregrinos de todo el Perú en busca de soluciones a sus problemas o respuestas a sus dudas. En ese momento es que asume este dios el papel de oráculo. El siguiente relato fue escrito por Hernando Pizarro (hermano de Francisco) quien visitó y conoció personalmente al ídolo de Pachacamac en 1533. Resume con mucha exactitud cómo se podía llegar a él y consultarle:
"Este pueblo de la mezquita es muy grande e de grandes edeficios: la mezquita es grande é de grandes cercados é corrales... Para entrar al primero patio de la mezquita, han de ayunar veynte días: para subir al patio de arriba, han de aver ayunado un año. En este patio de arriba suele estar el obispo: quando suben algunos mensajeros de caciques que han ya ayunado su año, á pedir al dios que les dé mahiz é buenos temporales, hallan el obispo cubierta la cabeza é assentado. Hay otros indios que llaman pages del dios. Assi como estos mensajeros de los caciques dicen al obispo su embaxada, entran aquellos pages del diablo dentro de una camarilla, donde dicen que hablan con él; é quel diablo les dice de que está enojado de los caciques; é los sacrificios que se han de hacer, é los presentes que quiere que le traygan".
Pero la principal fuente de evidencias arqueológicas de Pachacamac corresponde a Uhle que excavó al pie del Templo Pintado; el informe contiene la más grande colección de entierros envueltos en finos textiles multicolores con la técnica y decoración propia de los Wari de Ayacucho. A esta zona arqueológica de Pachacamac de 465 hectáreas llegan cada día cerca de 500 turistas. Lo visitan niños, jóvenes y adultos mayores del Perú y de los más diversos lugares del planeta. Todos quedamos absortos ante tanta grandeza del pasado. ¿Cómo habrá sido en momentos de su máximo esplendor? La respuesta la dan los cronistas: Primero los curacas, cual verdaderos reyes que imponían su voluntad en ese centro político y religioso para todo una gran imperio. Casi al final los incas: Tupac Yupanqui, Huayna Capac, quizá Huascar, y Atahualpa hasta su ocaso el 29 de agosto de 1533, en manos de un audaz y desesperado aventurero, “cuando obscureció en la mitad del día”. Aunque el Cusco era el centro político, en Pachacamac los reyes debieron haber sido inalcanzables, intocables, invisibles y divinos en esos interminables aposentos, desde donde se ejercía el control religioso del gran imperio que comenzaba en el río Angasmayo, al sur de Colombia, se extendía por el actual Ecuador, proseguía por el altiplano boliviano y llegaba hasta el sur de Santiago de Chile y parte de los territorios de Argentina.
Una sensación de pequeñez se siente en el ambiente, en el polvo que a ratos se levanta, y de un paso raudo del tiempo, quizá para nada, para ser escombros, difíciles de imaginar en momentos de máximo apogeo, esplendor y belleza. Más allá, Lima, que tiene fresco el recuerdo de su derrota en Chorrilos, enciende las primeras luces de la tarde y se apresta a los sones, para festejar, como siempre, el término de un día más...
César Pinos Espinoza
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