domingo, 13 de febrero de 2011

Todos los rostros de Quito






Publicado en Diario El Mercurio, de Cuenca, Ecuador

Observo desde la torre del Hotel Quito casi todo: la ya enorme y alargada ciudad en día soleado, hoy con nubes ralas, siempre con smog y sonido lejano y seco de torrentes de vehículos que circulan por calles y avenidas. En verdad nuestra capital es hermosa, profunda, de siglos, pero, con muchedumbres y todo, con gente que viene y que va, es desolada, sobre todo para quienes llegamos por poco tiempo y no encontramos a alguien con quien compartir las emociones que la urbe prodiga. Hombres, mujeres, niños, jóvenes, viejos y viejas, cada uno está en su respectiva preocupación, casi se puede decir, que a nadie le importa el otro. Eso es propio de las grandes concentraciones humanas y de las circunstancias de hoy, como para decir, “sálvese quien pueda”.

¡Atención, llega el Presidente!

Pero bueno, así, sentado unos momentos en la Plaza Grande, contemplo el Palacio de Carondelet, ya de larga historia de siglos y leyendas, de vanidades fugaces, de recuerdos y hechos, de ametrallamientos, de escapes apresurados en helicóptero, porque la masa se viene, de salidas con maletas llenas de billetes, de robos de cuadros y vajillas, de matrimonios, de fiestas y parrandas con whisky y peladas, de todo. El otro día esperaba por el lado de la cochera el espectáculo de la llegada del Presidente, poco antes de las nueve: policías, militares, curiosos, conocidos de altos funcionarios que guardan la esperanza de por lo menos decirle ¡ hola! al amigo de antes, pero que ahora “no para bola”; canes amaestrados, seguridad extrema, por aquello del 30 S; llegan vehículos caros, con vidrios polarizados, con funcionarios importantes, y luego el Presidente, causando un tumulto, con guardaespaldas de corbata, a la carrera, a uno y otro lado del coche… y por ese día, terminada la función. Adentro, el Salón Amarillo, una maravilla: óleos de ex mandatarios, incluso de aquellos sacados a la fuerza, o de quienes estuvieron por minutos y casi “no tuvieron tiempo de sentarse”, como el caso de una mujer; por allí muy cerca, una bodega con vajilla francesa e insignias de oro, cubiertos de plata de 900 que sólo sirven una vez, y luego…vaya usted a saber; afuera pasillos con gente que viene y que va, todos apurados y haciendo algo, porque si no, su tiempo en Palacio está contado. Y al frente en la Plaza, jubilados recordando historias o comentando las últimas del día, turistas que toman fotos y niños betuneros pobres y con hambre.

“La agostada del año diez”

Hacia un lado está la Catedral, casi un museo de sepultados famosos: Sucre y Flores frente a frente, de nuevo como en Portete, que recordamos enseguida lo que dijo un monje: “En este mismo sitio y frente a frente / durmiendo el eterno sueño de la muerte / yacen oh sarcasmo de la suerte / el asesino y su víctima inocente”. Un poco más allá está el famoso Museo de Cera que revive la brutal matanza del 2 de agosto de 1810, y que para poder entenderla, sugiero el libro de Carlos R. Tovar, “Historia de un veterano de la Independencia”; cuentan que ese día, Mariano Castillo se salvó de milagro del homicidio masivo, después, fue al Perú y luchó por la Independencia, escapó de ser fusilado, y paradójicamente, murió de la forma más insólita, solitario como la Manuela, en Paita, por suicidio.

“¡Hasta cuándo Padre Almeida!”

Camino por los alrededores del Palacio: en el Centro Cultural junto a Carondelet está la exposición de Joaquín Pinto, será hasta el 13 de febrero; su cuadro de García Moreno cual Quijote, es genial, la pintura del “tirano” con escudo y lanza cabalgando un caballo flaco, y un dominico borracho atrás, sacado de un burdel, es perfecta; no menos “La Inquisición”, con su esposa Josefina y la historia del fraile Manuel Andrade Coronel que fue acusado de envenenar al Obispo Checa y Barba con estricnina en las vinajeras un Viernes Santo. Sólo una cuadra más camino y me encuentro con la bellísima Iglesia de la Compañía, tesoro que por el oro de sus interiores evidencia la leyenda del que hizo “un pacto con el diablo por riquezas a cambio de su alma”, pero que en realidad fue depositario de los tesoros escondidos por Rumiñahui luego de la caída de Quito en poder de los españoles; todo repartió a la Iglesia y enriqueció al clero, seguramente a cambio de su propia “salvación eterna”. Por ahí circula también la leyenda del Padre Almeida, que salía de parranda las noches pisando el hombro de un crucifijo, hasta que éste le dijo una vez, “Hasta cuándo Padre Almeida”, y el monje le respondió, “¡Hasta la vuelta Señor”; o la del monje que oraba y oraba, hasta que vino el diablo y le ofreció los mejores momentos con mujeres y vino, y cansado de la oferta, el fraile le lanzó un tinterazo, cuya mancha según dicen, todavía se conserva en alguna pared. Por ese sector hay de todo: el Arco de la Reina; la Casa de Sucre, y en ella el recuerdo del Gran Mariscal y de su hija Teresita, fallecida a los dos años, pero que según el escritor Franklin Barriga López, no es cierto que la mató Isidoro Barriga, haciéndola caer desde un balcón cuando se encontraba ebrio, sino que la niña murió de muerte natural.

Los héroes del Albión

Un poco más allá esta la Iglesia de San Francisco, la del pacto de Cantuña, el de los tesoros ya referidos; luego el Penal García Moreno, con mil historias de crímenes y llanto, como aquella de 1912 contra los Alfaro, hasta las modernas de narcos que purgan sus delitos en esta prisión “panóptico” de cien años. Hacia el sur, arriba, está el Panecillo, testigo de las hazañas del 24 de mayo y de los héroes, patriotas y realistas, y de los increíbles del Albión, venidos de su lejana Inglaterra a combatir por nuestra causa, a terminar mutilados y a morir, sin que luego ni siquiera les acepten en el cementerio, “por herejes y anglicanos”, aunque luego por lástima enterrados y después re enterrados cerca de El Belén, y hoy ni siquiera con monumento de gratitud.

Un rally increíble

Interminable es Quito. De día es para recorrer hasta el cansancio; de noche ni qué decir. Voy a la Mariscal Foch y Reina Victoria porque el punto es emblemático para ver la otra cara de la ciudad: llegan chullas, nacionales, extranjeros, hombres, mujeres, costeños y costeñas, sujetos raros, gays, rebusconas, “del otro equipo”, intelectuales, todos se dan cita para conversar con una cerveza pequeña de más de tres dólares al frente o un vaso de ron de a siete dólares. Siendo apenas jueves, a las 9 de la noche, el lugar es un hervidero de gente; unos 30 bares no se dan abasto y los “barmans” hacen malabares con los preparados. Cerca de donde me encuentro está un joven rubio que toma una cerveza, le pregunto quién es y qué hace. Me responde que es francés, arquitecto, aprendió español en España y ahora está de “rally” en moto, irá de Quito a la costa, quiere surfear en Ayangue, luego a Cuenca, Loja, al Perú, Lima, Cuzco, Puno, La Paz, Santiago de Chile, Valparaíso y Viña, Mendoza, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro y Brasilia; en Río venderá su moto y retornará a su tierra, para volver otra vez pero a otra parte del planeta.

Quito tiene mil rostros

Quito tiene mil rostros y mil lugares para conocer: la Mitad del mundo y la historia de los geodestas, incluido Seniergues, aquel que lo mataron en San Sebastián, de Cuenca, por enamorarse de la Manuela Quezada; aquí recomiendo “Diálogo con las estrellas” de Florence Thristam, que habla con detalle de nuestra tierra pero que nunca estuvo en Ecuador. Si desea más, amigo lector, tiene los balnearios de Los Chillos, las faldas del Pichincha, la Ipiales, los centros comerciales como El Bosque; la loma de Itchimbía, los monasterios, el Ejido, La Alameda, los museos, el antiguo observatorio, o simplemente, “si es hombre de banca y comercio”, vaya y siéntese en una banca de la Plaza Grande para leer ese Diario o admirar la gran columna y sus leones, o para contemplar a la gente pasar, pues allí se ve de todo y los rostros más diversos, desde chicas bellas al último grito de la moda, aunque sin medio en la cartera, hasta rostros tristes en el ocaso de la vida, y niños pobres, y gente que descansa o planea levantar el vuelo hacia su próxima parada. Pero eso si, cuidado, le dije que hay de todo…

César Pinos Espinoza

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