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El bus de Viajeros corre por el magnífico pavimento con rumbo a la legendaria ciudad de Loja. En cuatro horas desde Cuenca arribamos a la urbe fundada por Mercadillo el 8 de diciembre de 1548. Cómo ha cambiado desde que la conocimos hace unos veinte años. Es ya moderna, sin embargo conserva tradiciones culturales y religiosas que hoy trascienden a nivel internacional. Quisimos quedarnos un tiempo pero nuestro objetivo era otro, más al sur, hacia la frontera oriental. Nos esperaba la sorpresa de pueblos hermosos y desconocidos en nuestra geografía. Enseguida abordamos un nuevo vehículo; hay muchas cosas para asombrarse.
Recuerdos de “El éxodo de Yangana”
Del terminal de Loja partimos a las 12h45 en un bus de la Nambija ($7.5). Comienza la carretera asfaltada. Pronto llegamos a Malacatos, población a una hora, soledad y alegría al mismo tiempo, vemos al paso árboles de mandarinas, naranjas y aguacates, y caña guadua, caña mansa, bambú o “caña guama”, como dicen algunos. Pasamos a Vilcabamba y ya contemplamos un gran valle verde y muy atractivo, por algo será que llegan a él turistas de todo el mundo. A partir de este “Valle de la longevidad” la carretera es lastrada y partes con pavimento rígido en construcción. Ascendemos por el nudo de Sabanilla que es el límite con Zamora Chinchipe. Arrugada geografía, a cada paso jóvenes trabajando en la vía. Es la compañía TGC que a la altura del pueblo de Masanamaca construye mientras llueve copiosamente. Ya divisamos Yangana, se destacan las torres de su iglesia, dificultades en el paso porque el río del mismo nombre está enfurecido. Una calle lleva el nombre de Ángel Felicísimo Rojas, por la obra “El éxodo de Yangana”, que salió de las fronteras y le dio fama al lugar. La ruta sigue en ascenso por la cordillera, lo construido se destruye, equipos limpian los deslaves. Luego un letrero dice “Bienvenidos al Parque Nacional de Podocarpus”, enseguida otro: “Área protegida, Fundación Jocotoco”. Llegamos a Valladolid, luego la carretera en buenas y malas condiciones pasando por los pueblos de Palanda, El Progreso e Isimanchi, hasta por fin arribar a Zumba a las 9 y 15 de la noche. Todo un día viajando y por supuesto enseguida al hotel San Luis, de 10 dólares, para descansar “como niño recién bañado”.
Un trago en el museo arqueológico
Cantan los gallos como en todas partes y a pocos metros del parque central y la Brigada de Selva 17 Zumba, encuentro a don Noé Mercedes Bermeo Castillo (77), saludamos, me invita a entrar en su pequeño museo arqueológico, me muestra diminutas y hermosas piezas de ópalo gris y blanco, fueron probablemente talladas por mujeres hace mil años o más con materiales traídos de la zona de San Ignacio y Jaén, hoy en el norte peruano. Don Noé nació en Yangana, cuando para llegar a Zumba se hacía un mes caminando o cabalgando, pues los ríos crecían y había que esperar o se pasaba con carga por puentes de bejuco. Mientras mira y toca una botella de un licor oscuro me muestra una piedra petrificada de guayacán. Conserva una placa que iba a ser entregada a Velasco Ibarra que debía llegar el 28 de noviembre de 1971, cuando dejó “con los churos hechos” a la gente que le esperaba hasta con artistas como las Hnas. Mendoza Suasti. Me cuenta que originalmente habitaba en la zona la cultura Mayo-Chinchipe, luego los Yaguarzongos, los Bracamoros y por último los Incas. Al final me invita una copa de un trago fabricado por él mismo en su finca y él se toma una de aguardiente “que le hace torcer”. Por allí en un restaurant encuentro a doña Carmen Martínez, vive 45 años en Zumba y me relata que cuando era niña todo era selva y sólo habían cuatro casas.
Cuatro bellas chicas del Colegio “Manuelita”
Y no podían faltar, encuentro a cuatro chicas trabajando en un parquecito y entablamos la conversación. Son Enith Abad, Rocío Alba, Pamela Albán y Denisse Castillo, estudiantes del colegio “Manuela Sáenz”. Sí saben sobre el personaje, pero un poco risueña explica una de ellas, “dicen que era amante del Libertador” y le respondo, “tiene diez sobre diez”. Unas fotografías y enseguida sus impresiones y mensajes: Hacen falta centros recreativos, el internet llega lento y su colegio es aceptable, dicen. Enith manifiesta a los jóvenes: “Que aprovechen las oportunidades y no desperdicien el tiempo”; Rocío: “Que visiten Zumba y disfruten de esos lugares”; Pamela: “Compartan con la naturaleza, que se alejen de la rutina y contacten con gente nueva”; Denisse: “Esperamos una invitación y un intercambio”.
En octubre es la fiesta de las hormigas
Calles inclinadas, gente atenta y alegre, calor humano, son características en Zumba, centro poblado lejano y aislado del sur oriente ecuatoriano. Había que conocer algo sobre la Misión Franciscana en el lugar, y en un local junto a la iglesia encontramos la respuesta. La joven Hna. Giovanna nos informa que a menudo salen a las comunidades de San Andrés, La Chonta, Pucapamba y El Chono. La catequista Esther Cabrera expresa: “Somos humildes y tememos al Ejército y a la Policía”, quizás, digo, a consecuencia de abusos de esos elementos en el pasado, lo que hoy es inadmisible. Francisco León: “Usted es el primer periodista que ha venido”, y nos hace conocer una novedad: “Zumba es tierra de la chonta, la guayusa, las culonas y las mujeres bellas”; ante mi asombro, explica enseguida que eso de “culonas” es en referencia a unas hormigas que cada año aparecen en octubre, se las captura y se las come tostadas, en caldo o en tortilla y son afrodisíacas. Ante esto último las mujeres festejan. Ahora sí, quedó claro para mí el monumento a esa hormiga en el parque central. Lo de las mujeres bellas, es cuestión de ver por las calles. La misionera Esther (43) es la más comunicativa y alegre, me pide que agradezca al Hospital del IESS de Cuenca porque la han atendido muy bien de una dolencia, especialmente al Dr. Gerardo Peña. Por último, Lucía Encalada, una simpática mujer, expresa que la Misión es importante “porque aprendemos a ser mejores y útiles a la sociedad”.
Interesante historia de San Antonio
Sigo mi recorrido por las calles en subidas y bajadas, al paso veo un estadio con cancha de tierra y una tribuna. La juventud deportiva merece algo mejor. La gente me saluda, todavía conserva esa linda costumbre, me siento muy bien. Luego voy a la radio de la Misión para conocer algunas novedades. Me recibe su director el Hno. Juan Patiño y conversamos de muchas cosas, entre ellas de San Antonio, que es el nombre de la emisora. Se llamaba Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo y vino al mundo en 1195. Llamado "el santo de todo el mundo" y "Doctor Evangélico", decía: "El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree". Dueño de extraordinaria memoria retentiva, llegó a adquirir amplios conocimientos sobre la Biblia. Este fraile portugués era también conocido como "El defensor de la Verdad". Al morir el 13 de junio de 1231 tenía tan sólo treinta y cinco años de edad. La referencia viene porque vemos que ha sido un personaje importante y joven. Por el Hno. Juan y el P. Jervis conocemos que en las comunidades los feligreses escuchan la misa a través de la radio mediante parlantes; que tiene un largo alcance, incluso hasta el norte del Perú, “a pesar de que el Estado le mermó la potencia, mientras entran libremente siete emisoras peruanas”. Se fundó mediante una donación de los Franciscanos hace 16 años, pero ahora sí ayuda el Gobierno, y comenzó empíricamente con dos personas, entre ellas una cocinera que operaba mientras preparaba la comida; tiene tres frecuencias: para Zamora Chinchipe, Loja y El Oro, e inclusive se escucha en algunos lugares del Azuay. Lo importante es que tiene dos objetivos básicos: la evangelización y el aporte cívico y patriótico. Conversamos con los religiosos y comunicadores de muchas cosas y al final generosamente nos invitan a almorzar, nos ceden el lugar preferencial, oramos juntos antes de comenzar y ruegan a Dios por todos y por este, su modesto servidor y huésped. Linda experiencia, salgo muy alegre y con la barriga llena, y para colmo de la buena suerte afuera encuentro a una bella mujer con sonrisa cautivadora, que me pregunta quién soy y “cómo así”, conversamos brevemente, le obsequio mi libro “La batalla del Portete” y caminamos hasta cerca de su casa, se trataba de la concejal Liliana Sozoranga.
No encuentro la “Ciudad perdida”
El tiempo para nosotros vuela en Zumba, nos queda mucho qué hacer y a dónde ir; por aquí y por allá nos cuentan historias: los peruanos no avanzaron en 1941 y 1942 por esos lugares; todos tomaron las armas para la defensa; un día llegó Jaime Roldós; también llegó León pero no quiso conversar con el pueblo. Dos días agotadores y falta lo principal, ir hacia la frontera, es decir a La Balsa, a una hora y media; busco la “Ciudad perdida”, no la encuentro por ahí pero me dan interesantes datos que les puedo contar en un próximo reportaje. El problema es que se me agota el tiempo y me estoy acostumbrando al lugar, que hasta quisiera quedarme a vivir. La noche llega rápido, suena una que otra discoteca con música reguetonera pero ya siendo las diez de la noche hay que descansar para la próxima jornada.
César Pinos Espinoza
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