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Camino por las calles de Zumba en busca de algo que me acerque a la “Ciudad perdida”. No es por aquí me dice don Noé, “vaya por la vía de Palanda, de allí a dos días, pero lleve una arma porque puede asomar el tigre que se para en dos patas y araña los palos”. En verdad, me infundió un poco de temor, pero de eso se trata para que sean más interesantes y emocionantes las aventuras. En todo caso nos dice que son lugares inhóspitos, y mejor que sea así, para que no se los atropelle y no sean de fácil saqueo.
“La Ciudad Perdida” de Logroño
Entonces, sobre la “Ciudad perdida”, he aquí lo que encontramos del P. Juan de Velasco en su célebre obra Historia del Reino de Quito: Fue en 1599. Se sublevaron los jíbaros, al mismo tiempo que los araucanos en Chile, e hicieron barbaridades. Todos al mando del famoso Quiruba, ingresaron 20 mil indianos sobre Logroño y Sevilla. En Logroño, habitada por doce mil blancos y mestizos, primero capturaron al Gobernador que era un hombre ambicioso de oro, lo desnudaron y le hicieron tragar oro derretido; mataron a todos, incendiaron las casas una por una buscando a escondidos y sólo quedaron mujeres jóvenes, incluidas las monjas, a quienes se las llevaron. La destrucción fue similar en Sevilla a 25 leguas. Nadie los pudo defender. 32 años más tarde descubrieron los restos del horror, pero pasarían más de cien años para ingresar y tener una idea de todo lo ocurrido e incluso para evidenciar el mestizaje con las monjas españolas y ciertos recuerdos de la catástrofe. En algún lugar de la zona vimos una ocasión un niño shuar con todas las características de su raza, pero con ojos azules. El franciscano P. Jervis Donoso conoció la “Ciudad perdida”, me relata, se encuentra en el alto Nangaritza, y me parece que es en la misma zona donde hace aproximadamente siete décadas los jíbaros mataron a colonos que buscaban oro, entre ellos a Froilán y Albino, dos jóvenes oriundos de Girón. De paso, me cuentan los franciscanos, que desde Cuenca hubo migración hacia la zona de Zumba para escapar de la guerra de la Independencia y también para explotar riquezas naturales de esos lugares, con destino a centros de acopio como las haciendas de El Tablón, de Oña; Tutupali, hacia el oriente de ese cantón, y La Papaya, en los calientes de Saraguro.
Viaje a La Balsa, límite internacional
En un momento de la madrugada antes de ir a La Balsa, en la tele alguien recuerda la cita de Einstein: “No creo que Dios nos haya puesto cosas más allá de lo que podríamos entender…sólo nos pide que las busquemos con vehemencia…”; y luego: “Dios no juega a los dados”. Con estos estímulos, sin pretender conocer ni entender todo porque es imposible, pero convencidos de que “nada es un accidente”, nos apuramos para una nueva experiencia. Desde el casi solitario terminal tomamos una ranchera para dirigirnos al extremo sur del territorio ecuatoriano, el pequeño caserío y puente internacional ya nombrado. Dicen que se llama así porque antes se atravesaba el río en una balsa, hoy el puente parece un adorno, pues casi no existe tránsito vehicular, lo atraviesan peruanos y ecuatorianos en mayor número los domingos para la feria semanal con productos de uno y otro lado. Viajamos no más de veinte pasajeros entre hombres, mujeres y niños, incluida una pareja de jóvenes franceses que van de largo hacia los puntos más importantes del Perú; pudiendo ir por la ruta de Huaquillas o de Macará, escogieron ésta que les parece más exótica. Todos vamos alegres, comentando y admirando, pregunto a cada paso los nombres de lugares y algunos muy atentos tienen satisfacción de informarme incluso más de lo que les solicito. Siguen paisajes interesantes, lluvia a lo lejos, territorios escarpados, vegetación y carretera de no muy buenas condiciones. Les digo que para que llegue el pavimento hasta esta frontera debemos esperar siquiera un año y medio, pero estoy seguro de que se lo hará. En el camino converso con Pamela y Rocío, mis jóvenes guías, me cuentan que estudiarán Comunicación, que les gusta la carrera, pero les manifiesto que se requiere de mucho, más que dinero, de amor por esa profesión, por la gente, por la tierra, por la vida y por nuestra patria. Aprueban la idea. No conocen más que su pueblo y veo que tienen gran curiosidad por recorrer Cuenca, Quito, Guayaquil y otras ciudades y lugares; llegará el momento, para todo hay un tiempo.
Lugares solitarios y tristes
Pasamos por Pucapamba, está cruzado un palo pintado de amarillo y negro, un soldado pequeñito pero de rostro serio y con traje camuflado nos sale al paso, y qué ojo, enseguida se acerca a los franceses y les pide papeles, y continuamos. Por estos lares se respira paz y tranquilidad; luego divisamos no muy lejos al caserío de La Chonta y ya más allá desde lo alto se ve el puente y caserío de La Balsa junto al río Canchis, límite internacional. Nos aproximamos hasta que el bus se detiene definitivamente, y de los pocos que quedamos, cada uno va por su lado, mientras nosotros pasamos el puente que divide a los dos territorios. En este lugar los domingos se hace la indicada feria y no hay ningún problema ni confusión como en otros lugares fronterizos que conocemos. Del 20 al 23 de octubre de cada año se realiza una feria de integración y es día de fiesta. El río Canchis desde aquí ya es navegable aguas abajo, luego recibe el aporte del río Mayo y se forma el Chinchipe que después desemboca en el Marañón y éste mucha distancia después llega al Amazonas. Hasta aquí desde Zumba la ranchera ha hecho una hora y 30 minutos. Pasando el ancho puente que tiene un palo al comienzo y otro a su término, caminamos en busca de un vehículo para introducirnos en territorio peruano; por allí encontramos una tricimoto, buscamos al conductor que aparece de mala gana, a pesar de que estaba vagando. Arreglamos el precio, cuatro dólares, y nos lleva a Namballe, el primer pueblito peruano a donde arribamos en veinte minutos: frío, desolado, pobre; en el descuidado parque central no vemos a gente, salvo unos cuatro militares que nos miran sorprendidos; un par de fotos y enseguida retornamos. Zumba es muchas veces más alegre y atractivo, ni punto de comparación, al menos nos pareció así.
Todavía queda mucho qué investigar
Toca el regreso, estamos pocos en la ranchera y queda la inquietud de en próxima ocasión extender el viaje hacia San Isidro y Jaén, pasando esa frontera. Luego a siete horas se encuentra Bagua, la base militar peruana reforzada con motivo de la guerra del alto Cenepa. Al día siguiente ya corresponde volver a casa y en el trayecto tejemos nuevos planes pero no se borra de la mente nuestro proyecto de conocer la “Ciudad perdida”, difícil pero no imposible, habrá que buscarla por el lado de Zamora y Nangaritza. Conozco que en 1817 una expedición con el franciscano P. José Antonio Prieto llegó al sitio. La Revista Complutense de Historia de América contiene un artículo de Carmen Martínez Martín. Por allí anduvo Juan de Salinas, aquel de las minas de oro en Cañaribamba, cerca de Santa Isabel, pero fue su sobrino Bernardo de Loyola quien fundó Logroño de los Caballeros y Sevilla del Oro, ciudades que perecieron ante la furia de los jíbaros. El P. Prieto junto con Juan López Tormaleo y otros entusiastas del proyecto, partieron de Cuenca en 1816 y encontraron huellas de la destrucción e incluso cráneos que en casas de los indígenas los conservaban. Queda por investigar mucho más, pero lo fundamental es acercarse al lugar. Esperamos tener éxito.
César Pinos Espinoza
www.proyectoclubesdecomunicacion.blogspot.com
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