Una de las calles de Montañita |
Malecón de La Libertad. |
Es
una nueva aventura. Esta vez desde el populoso puerto principal Guayaquil con
dirección a la tierra de los gigantes de Sumpa, la península de Santa Elena,
hoy provincia número 24 del Ecuador. Ya por la ruta y en las afueras del
puerto, veo que un pequeño grupo de personas discuten algo en torno a su
empresa: un gran montón de fundas de basura; junto a ellos varias viviendas de
pobreza evidente y calles llenas de desperdicios y caos sanitario. Es el otro rostro
de la populosa ciudad de Guayaquil.
Hablando de extravíos
Vuelvo
a la Península a los 30 años y todo se muestra diferente. La red vial a partir
del eje de cuatro carriles es excelente, pero la veo confusa, creo que conduciendo
un vehículo me perdería en menos de lo que canta un gallo, como sucedió una
mañana hace varias décadas en el Cajas desde la Luspa, apareciendo de modo
inexplicable en horas de la noche, como magia, como un pañuelo desde el
sombrero de un mago, lo que ya contaré en su momento. En el interior del confortable
bus veo la película “¿Para qué vivimos?” Me preocupa un poco. Es que sería muy
grave no saber para qué estamos en este mundo. No sé si sea mejor ignorar, como la avestruz su realidad
escondiendo la cabeza, queriendo o sin
querer, para no sufrir, aunque de todas formas éste sufrimiento se
presente con muchas caras que a veces no las podemos entender, por profundas e
insondables…
El
sol brilla en todo su esplendor, el cielo está completamente azul, los cultivos,
el agua, los frutales, las fincas, los ceibos con sus tétricas figuras de
sequía, las palmeras, los pastos, el bosque nativo, los mangos, los platanales,
todo es un nuevo mundo diferente al de ayer. Pero continuamos, siempre buscando
como el hombre antiguo, el camino del mar.
Recorriendo La Libertad
La
Libertad a la vista. ¡Qué diferente! Ahora
una ciudad grande, con avenidas, edificios altos y nuevos, tráfico intenso y ya
conurbada con Salinas un poco más allá, éste quizás el balneario más hermoso de
la costa del Pacífico sur, herencia del auge petrolero y de la pujanza
industrial y comercial. En La Libertad camino a tempranas horas de la noche, no
conozco a nadie ni nadie me conoce, y junto al mar las olas golpean fuerte y
las luces de los pequeños barcos de pesca titilan en su mundo de siglos,
mientras las risas juveniles de Peter, Pepe, Elenita, Chicho, Raúl y otros
amigos y amigas de hace décadas emergen del recuerdo junto al Salón Hong Kong
de noche, o de día cuando llegaban las chicas de su colegio en Ballenita, o los
futuros marinos y pilotos que saludaban amistosos con nosotros para hacer
planes, y años después, cuando el Jairo Vallejo emprendería una verdadera
hazaña o locura al cruzarse a nado desde la playa hasta un barco, causando
admiración aún a los propios tripulantes. Recordaba que sentados junto al salón
luego, esperando al Jairo, una mano tocaba mi espalda, era Elenita que a los
tiempos asomaba, con la misma sonrisa y verdor de sus ojos de siempre.
Prosigo
mi camino desde La Libertad hacia Santa Elena, con su hermoso parque y el monumento
a Rocafuerte, primer fundador, y a la Madre, heroína de siempre; enseguida Ballenita,
San Pablo, Monteverde, Jambelí, Palmar, Ayangue, San Pedro, Valdivia,
Libertador Bolívar, Cadeate, Río Chico, Manglaralto y por fin Montañita.
En Montañita de todo
Montañita
es un mundo diferente, de turismo puro, todo allí invita al abandono de
preocupaciones personales o existenciales. Los que llegan viven su propia vida
y disfrutan “como si el mundo se fuera a
acabar”. Arriban de todas partes, cada loco con su tema: unos con tablas de
surf y cuerpos bronceados; otros, “hippies”, que elaboran y venden manillas y
adornos simples y a veces bonitos, que viven de eso y del gozo diurno y
nocturno que brindan la playa y las discotecas y los bares, como que no temen ni
deben a nadie. No faltan los que venden refrescos, golosinas, caramelos y
pequeñeces, humildemente. Algunas chicas se pasean en cuadrón por la playa con
trajes pequeñitos “dando bola” e inquietando, incluso al hombre maduro y
barrigón que descansa recostado en la arena junto a su consorte muy del siglo
pasado. Una chica colombiana me ofrece lindos recuerdos en la playa, digo
souvenirs y seguramente se ha olvidado de sus padres que todavía le esperan en
algún rincón de su tierra paisa, en fin, de todo. Yo observo y callo.
Península con historia
milenaria
Mi
cámara funciona, y no falta quien me pregunte, quizá por verme solo, qué hago.
Les digo que estudio la posibilidad de buscar tesoros de piratas en la Isla de
la Plata, y luego saber más sobre las culturas antiguas de esas tierras: Las
Vegas, Valdivia, Machalilla, Chorrera, Manteño, Guangala…todo un mundo maravilloso
de antes de Cristo y comienzos de nuestra era, como lo que muestra el museo de
Los Amantes de Sumpa. Les digo que recorro solitario desde el extremo sur de
América, asombrado y confundido por las historias, lejanas en el tiempo.
Y
cae la tarde. Los turistas recogen sus cosas y se alejan de la playa. Yo me
encamino a mi lugar en el hotel y entonces comienza la bulla nocturna de
discotecas y bares, al tiempo que el mar se enfurece y golpea las rocas que
protegen el balneario. A la madrugada todo es silencio y soledad, sólo el mar protesta
e imperturbable recuerda a todos que es la única fuerza poderosa e
incontenible, que proporciona placer pero también si se le ocurre, graves
momentos de dolor. Retornaré a los museos de Valdivia y Los Amantes de Sumpa.
Esa es otra historia.
Monumento a Rocafuerte en Santa Elena. |
Museo de Los Amantes de Sumpa, en Santa Elena. |
Playa de Montañita. |
Monumento a La Madre en el parque central de Santa Elena. |
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