Luis Vargas Torres, Héroe Nacional: El 28 de noviembre de
1886 lanzó un Manifiesto proclamando la Revolución, abrió operaciones y el 2 diciembre
ocupó la ciudad de Loja; pero el 7 fue cercado por las tropas del Coronel
Antonio Vega Muñoz y cayó prisionero con sus compañeros principales y 42
hombres de tropa. A fines de mes fueron conducidos a Cuenca. El 5 de enero de
1.887 se les instauró un Consejo de Guerra que presidió el Comandante encargado
del distrito del Azuay, Coronel Alberto Muñoz Vernaza, “quien se parcializó, cometió
infracciones y permitió toda clase de vejámenes contra los prisionero
entregados a su custodia”. Dicho Tribunal condenó a sufrir la pena de muerte de
Luis Vargas Torres, Pedro José Cavero, Jacinto Nevares y Filomeno Pesantes
sindicados de ser los cabecillas de la revolución, así como al soldado Manuel
A. Piñeres por el método de la insaculación, es decir, por la suerte, de entre
sus compañeros detenidos. Todo ellos, menos Vargas Torres, solicitaron la conmutación
de la pena.
El
día 15, en la madrugada, su hermano Jorge Concha Torres compró al Oficial de
Guardia y cuando Vargas Torres ya había ganado la calle recapacitó y como no
podía abandonar a su suerte a sus compañeros volvió a la celda. La fuga fue
comentada en la población y los prisioneros fueron trasladados al cuartel de la
Columna Azuay frente al actual Parque Calderón. El 19, día de san José,
onomástico de Caamaño, le comunicaron que la sentencia por fusilamiento se cumpliría
el día siguiente 20 de marzo de 1.887. El Obispo Miguel León quiso confesarlo
pero fue cortésmente rechazado.
No había señal de miedo en su corazón.
Murió esbelto, con fisonomía atractiva, vestido íntegramente de negro y de pie,
sin haber aceptado que lo fusilaran por la espalda ni con los ojos vendados. La
primera descarga de 5 disparos le hirió el vientre y aún tuvo fuerzas para
señalar el corazón, una segunda descarga acabó con su vida. Fue arrastrado y lo
lanzaron a un sitio llamado quebrada de Supai Huaico o “Quebrada del diablo”,
donde iban a parar los despojos de los réprobos (suicidas) porque no fue
admitido en el campo santo. Esa noche, la familia de Carlos Zevallos Zambrano,
subrepticiamente le dio sepultura cerca del cementerio. La noticia recorrió el
mundo americano.
Su amigo Ángel Polibio Chávez le
describió así: “tenía la suavidad de un niño y el alma de un atleta, por eso
cayó como un gigante”. (Rodolfo Pérez Pimentel). Murió en su ley, mirando de
frente al peligro y dejando muy en alto el prestigio que gozaba; pero alguien
estuvo a su lado acompañándole hasta el final. Era un ser muy querido, su
hermano Jorge, el joven venido de París. Pero esa mancha no tiene por qué contaminar
a Cuenca, en donde se ejecutó el acto, únicamente porque las circunstancias así
lo dispusieron. En mi concepto, hay un culpable único, y este es el Presidente José
María Plácido Caamaño. (Víctor Manuel Albornoz).