Al joven excursionista extraviado en aquella ocasión nadie lo buscó, ni se supo de patrullas inmediatas, ni helicópteros, ni nada. Sin embargo, la montaña que lo asustó, le perdonó, y hoy vive para contarlo. En otros casos similares ciertos jóvenes cuencanos no corrieron la misma suerte, simplemente la montaña los mató sin piedad, causando profundo dolor a sus seres queridos. Esto hace talvez unos cuarenta años. En el caso vivido, la laguna Luspa, talvez la más grande del Parque Nacional del Cajas y la más hermosa, en aquel momento fue testigo mudo de la presencia de un grupo de jóvenes, chicos y chicas que habían llegado procedentes de Cuenca, pasando por la posada de don Lizardo Guevara para disfrutar del hermoso paraje durante una tarde, una noche y la mañana del día siguiente. Todo siguió igual a lo previsto y casi nadie del grupo se dio cuenta de que alguien de ellos había desaparecido a eso de las nueve de la mañana, y siendo las siete de la noche, todavía no encontraba el camino para salvarse de una tragedia segura. De pronto, ya en la oscuridad, desde la cuchilla que queda al frente de la Toreadora, el joven divisó una luz a lo lejos y fue su salvación. Era la casa de don Lizardo, a donde llegó entre caídas y levantadas, con su ropa hecha pedazos y su cuerpo ensangrentado, al cabo de doce horas de extravío. “Ha vuelto a nacer. Aquí el que se pierde, se muere”, le dijo el dueño de la posada. “¡Usted es la excepción, se ha producido un milagro!”.
La Luspa es una
verdadera maravilla
Hace
unos días hemos vuelto al lugar del suceso. Ahora por otra ruta, muy fácil; a
la anterior la respetamos profundamente, aunque muchos jóvenes excursionistas
la atraviesan de modo permanente pero muy bien equipados y sin equivocarse en
nada, “porque la montaña no perdona errores”. Aprendimos, y hoy enseñamos, que
se requiere de un magnífico estado físico, mucha atención a los detalles que
muestra el trayecto, que no hay que caminar solos, que hay que comunicar hacia
dónde vamos y por dónde, que hay que tomar en cuenta el temporal y las
circunstancias de la neblina, de la posible lluvia y la ventisca, las
indicaciones y orientación del GPS, del reloj y la temperatura, del tipo de
calzado, los primeros auxilios y el correspondiente equipo de andinismo. Con
esas condiciones, podemos aprestarnos a presenciar el más hermoso espectáculo
de la naturaleza. La Luspa es una verdadera maravilla de impresionante silencio
y paz, sus aguas con un ligero movimiento por efecto del viento, se asemejan a
surcos de jardín con tierra preparada para la siembra de flores. Las montañas
que le rodean se muestran imponentes y respetables. Por exceso de confianza y
por ingenuidad, sucedió lo que sucedió hace décadas, por suerte, sin concluir
en lo peor.
El Camino Real entre la
Luspa y la Llaviuco
La
carretera de pavimento rígido y bien señalizada comienza en el Medio Ejido,
pasa por un costado de Sayausí y avanza hacia Quínoas y la Casa Vieja de los
herederos de don Lizardo Guevara, luego atraviesa el control vehicular y asciende
hasta Tres Cruces. De allí, mirando hacia arriba a la izquierda parece
imposible que un ser humano, de noche, sin siquiera una linterna y sin conocer
el camino, haya podido transitar y sobrevivir hace décadas, justo atravesando
la cuchilla frente a la Toreadora. Hoy continuamos por la vía y desde la cima
vemos un amplio panorama con dirección a Migüir, Molleturo y la costa. En el km
42 nos detenemos. Allí se encuentra un pequeño restaurant llamado “La Trucha”,
en donde dejamos el vehículo y después al regreso nos serviremos un sabroso
plato y un aromático jarro de humeante café. Por allí está el ingreso a la
Luspa. No existe señalización, debería haberla, sobre todo para el caso de una
sorpresiva neblina, aunque no es recomendable transitar en horas de la tarde. Con
GPS en mano, por si acaso, en 20 minutos de ligero ascenso ya se divisa la
laguna y en 20 minutos más se llega al filo de la misma. La Luspa es quizás la
más bella de todo el Cajas. Se puede rodear sus 5 km de perímetro en unas dos
horas. Por allí se encuentra el Camino Real que conduce hacia la laguna de Llaviuco
o Zurocucho en un recorrido de doce horas.
Ciertos turistas no
respetan
En
la orilla de la Luspa descansamos. Los pajaritos se aproximan curiosos e
ingenuos; vuela por allí un pequeño cazador; el suelo está cubierto por una
alfombra verde, “tejida con manos increíbles”, húmeda y frágil, decorada con
flores blancas y amarillas; la paja custodia esa milagrosa generación del agua
a una altitud de 3545 msnm y una temperatura fresca de 16 grados. Por la noche
la temperatura baja notablemente, que al no estar convenientemente equipados,
puede ser grave. En nuestra pasada aventura, a las seis de la tarde comenzó el
frío, pero siempre teníamos presente que no debíamos dejar de movernos, porque
el descansar significaba y significa adormecimiento y dulce sueño, el último, “riéndose”. En caso de extraviarse --no se
debe olvidar-- no hay que perder la serenidad y la cabeza fría, hay que buscar
un sitio algo abrigado pero siempre permaneciendo en movimiento; dicen que
cuando se camina en esas circunstancias, se lo hace inconscientemente en
círculo, no se avanza y no se sabe por qué. La recomendación fundamental es
cuidarse de las trampas del camino que pueden ocasionar lesiones graves en las
extremidades que a la postre resultan fatales, por la imposibilidad de caminar.
El sitio en referencia es increíblemente hermoso, imponente, respetable, la
montaña ofrece un verdadero deleite y espectáculo. Ahora al paso, vemos que
algunos turistas aún no han aprendido la lección de otros, que esos sitios
merecen la máxima veneración y cuidado; todavía arrojan desechos plásticos y
basura. No se dan cuenta que ese inmenso paraje es hábitat de pequeños
mamíferos, aves y una vegetación única, frágil y susceptible de destrucción,
razón por la cual hay que guardar las normas elementales.
Difíciles momentos en la
oscuridad
Desde
el frente del pequeño islote de la Luspa, luego de un ligero descanso, en
aquella ocasión ya lejana en el tiempo, emprendimos enseguida el imprudente regreso
para rescatar nuestra mochila de la acémila que se había empantanado, y fue
cuando perdimos el camino y con la niebla que bajó sorpresivamente al medio
día, todo se confundió. Comenzó a oscurecer después de las seis, pero unas cascaritas de naranja
cambiaron para nosotros el rumbo de la historia, fue el primer indicio del
camino, del que no debíamos separarnos jamás, hasta llegar a la cuchilla y
divisar la luz salvadora de la posada; de allí, paso a paso, de rodillas, como
fuere, hasta perderlo de vista definitivamente más abajo, fuimos caminando por
el pajonal, en ascensos y descensos, en caídas y levantadas, pero todavía con
la esperanza, ¡ah la esperanza! de llegar con vida. ¿Cuántos kilómetros
caminamos? No sabemos. Talvez diez o más, porque no es posible hacerlo en línea
recta. Y llegamos donde el hombre que ya desapareció de la vida y conocía muchas
historias como la nuestra, que a lo mejor debió haberla contado, como la del
motociclista, como la del joven hijo de un personaje cuencano, como la del
profesor de deportes y tantas otras. Desde entonces hemos vuelto, para
recordar, para reconocer y reflexionar, y para tratar de hallar una
explicación…que todavía no la encontramos…
César Pinos Espinoza
www.proyectoclubesdecomunicacion.blogspot.com
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