domingo, 5 de junio de 2011

El acontecimiento de Berruecos






Diario El Mercurio, Cuenca, Ecuador. Domingo 5 de junio de 2011

Han transcurrido 181 años del hecho de sangre acontecido en Berruecos el 4 de junio de 1830. Sobre el personaje se ha escrito una montaña de libros y artículos. Los autores más importantes han vertido sus criterios y alabanzas, reflexiones y conceptos que en conjunto explican el hecho y lamentan tan desgraciado incidente. Dicen que la noticia llegó a Lima, y quién creyera, sensibilizó los ánimos hasta de los más tenaces enemigos del célebre cumanés, incluso del entonces presidente Gamarra, quien fuera vencido inobjetablemente en el Portete apenas un año y medio atrás. El mandatario, que defenestró al cuencano La Mar, ordenó que se celebrasen exequias solemnes a las que asistió todo el ejército, autoridades, instituciones y la flor y nata limeña. Entonces Antonio José de Sucre ascendía a la cumbre de la gloria, el respeto, la gratitud y el recuerdo de todo el pueblo americano. El autor peruano Nemesio Vargas, hijo de otro destacado historiador, Rubén Vargas Ugarte, decía: “La memoria de Sucre ha pasado a la posteridad como uno de los hijos más grandiosos de la América meridional. En su patria y fuera de ella se lo respeta y venera”.

El dolor se apoderó de los hombres libres

En Quito la Marquesa de Solanda hacía preparativos emocionados en su casa solariega para recibir a su esposo, pero cuando se desmontó el jinete que le trajo la noticia, todo fue llanto y dolor. De allí, debido el ambiente político y los nubarrones generados por los enemigos del Gran Mariscal, se prepararon discretos funerales. El general Flores decretó ocho días de luto en el Ecuador. Desde esos momentos, nada se supo de los restos del Héroe, hasta 1900, cuando fueron encontrados en un monasterio y luego trasladados a la Catedral Metropolitana. El dolor se apoderó de los hombres libres y honestos de la América independiente. Es evidente que Sucre presintió su muerte. En la batalla del Portete, apenas cumplidos 34 años de edad, su fortaleza había disminuido notablemente. Sacaba fuerzas de flaqueza. Se encontraba enfermo del cuerpo y del alma. Dicen sus biógrafos que en tan corto tiempo de vida había saboreado de todo, del amor de muchas mujeres, el agotamiento de largos viajes, la muerte trágica de sus seres queridos asesinados por las hordas terribles de la Corona, el fin horrible de sus soldados en los campos de batalla, los recibimientos apoteósicos y agradecidos en pueblos y ciudades, el agotador trabajo de organizar los nacientes Estados, los deleites del poder en Bolivia y la traición en Chuquisaca, de todo, además de las envidias, los insultos y las burlas en su decadencia…sólo faltaba el toque final que después consolidó su grandeza y talvez el efímero triunfo de sus enemigos. Este día llegó, junto a La Venta, de camino a su hogar en Quito, a donde jamás llegó.

“El Mariscal que vivió de prisa”

Para Bolívar fue fatal. Se dirigía a Cartagena con la intención de embarcarse hacia Jamaica y Europa, pero, cuenta Vargas, la demora de la fragata inglesa “Shanon” y la falta de dinero para tomar otro buque, “lo detuvieron allí, donde acabó de postrarle la noticia del asesinato de su hijo querido, el inmortal Sucre”. Al término de su vida el Libertador deliraba…“José vámonos, vámonos, que de aquí nos echan…A dónde iremos…” Y el autor concluye: “Madame de Staël ha dicho que lo mejor de la Historia es el entusiasmo que despierta; yo estoy por las amargas lágrimas que hace verter…” En su obra “El Mariscal que vivió de prisa”, Mauricio Vargas Linares, refiere cosas muy interesantes, como por ejemplo la preparación del ilustre cumanés en matemáticas, geografía, inglés, francés, italiano, historia, literatura; leía a Maquiavelo, Las Casas, Locke, los comentarios de Julio César, los principios del arte militar de Federico, el arte de la guerra del mariscal Puységur, las tácticas del Conde Guibert, sobre arquitectura, ingeniería militar, artillería, fortificación y ataque a plazas; en consecuencia, sus triunfos nunca fueron fruto del azar sino de su pasión por aprender. El prócer Mariño apreciaba sus virtudes, muchos de sus soldados y oficiales eran de baja calaña y por ello, para corregirlos, requería de un jefe de categoría y honestidad como Sucre. Lo llamaban Toñito y ya desde temprano vio muertes atroces, rostros desfigurados, pechos y abdómenes abiertos, piernas cercenadas y los más conmovedores gritos de dolor en los campos de batalla. En el Portete, más tarde, sería igual, de modo que le llevaba a la conmoción de su espíritu e incluso a perdonar la vida cuando todo encaminaba al remate y fusilamiento. En cuestión de amores y consecuencias, el 18 de abril de 1828 se produjo en Chuquisaca un motín “cuyo autor intelectual fue Casimiro Ollaneta, novio desairado de María Manuela Rojas”, con quien, según Rumazo González tuvo un hijo que se llamó Pedro César y que además “hubo un amor platónico que despertó en Sor Martina del Corazón de Jesús, abadesa del Monasterio de los Remedios”. El escritor Hugo Alemán narra el “transitorio amor que inspiró a Sucre, en 1821, Pepita Gainza en la ciudad de Guayaquil”, y que en 1825, confiesa en carta de 11 de octubre al general Vicente Aguirre que ha muerto Tomasa Bravo, una bella joven mulata con quien procreó una hija de nombre Simona.

En su tierra Cumaná se vivió una pesadilla

La guerra día a día acababa con miles de vidas y bienes. Los fusilamientos y ejecuciones a machete, lanza y cuchillo por parte de las huestes ibéricas feroces y las guerrillas patriotas convertían a Venezuela y Nueva Granada en verdaderos campos del horror. Las familias habían perdido padres e hijos, las madres eran asaltadas y las jovencitas violadas; las carnicerías de Boves y Morales eran atroces: Pedro Sucre, hermano del Mariscal, cayó herido y luego fue rematado. Un hecho repudiable lo dice todo: Boves invitó al oficial patriota Diego Jalón a su aposento para almorzar, y luego, ordenó que lo decapiten, “para que no digan que lo despaché con hambre al otro mundo”. En Aragua mil setecientos patriotas murieron, doscientos más cayeron prisioneros y fueron pasados a cuchillo, registra la historia; “casi cinco mil cadáveres se descomponían al amanecer”. Los cuadros en Cumaná, la cuna de Sucre, llegaron al paroxismo: la atacó Boves con veinte mil llaneros, entraron a caballo en la iglesia del lugar y allí medio millar fueron lanceados. Buscaban la casa de los Sucre, y la encontraron; derrumbaron la puerta de la residencia y causaron horror y pánico. María Magdalena, la niña menor de la familia, de apenas 14 años de edad, corrió por las escaleras para buscar refugio y vio que los asaltantes se le acercaban, salió al balcón, se santiguó y se lanzó de cabeza contra el empedrado. En 48 horas la ciudad fue devastada, de sus 16 mil habitantes solo quedaron 5 mil entre niños, mujeres de edad y ancianos, en la peor miseria. Con estos antecedentes se peleó en la independencia, y Sucre, actuaba destrozado, por las noticias que atrasadas le llegaban a caballo. La independencia sin embargo se selló con Pichincha, Junín y Ayacucho, y pérdidas cuantiosas. Después del triunfo del Portete, ya en 1829, comenzó el descalabro espiritual del Gran Guerrero. No tuvo tiempo de despedirse del Libertador, se encontraba solo, a merced de las hienas, hasta que llegó la hora trágica.

El fin de los asesinos

Doce años después del asesinato, los dos principales ejecutores materiales lo confesaron. Erazo cayó preso por revoltoso en 1839 y "providencialmente", según Antonio Flores Jijón, hijo del mulato de Puerto Cabello, equivocó la causa de su aprehensión y contó todo. En otras circunstancias Apolinar Morillo fue capturado y enjuiciado. Obando aceptó un careo con él. Allí surgieron varias inconsistencias en sus declaraciones. Fue, sin embargo, declarado culpable y condenado a muerte. Lo fusilaron en la Plaza Mayor de Bogotá el 30 de noviembre de 1842. Circuló entonces una hoja volante con su firma en la que confesaba el crimen, ejecutado según él, bajo orden de Obando (E. Ayala Mora). Erazo murió en prisión ese mismo año. Los demás perecieron en forma violenta. Andrés Rodríguez, según declaraciones de la mujer de Erazo, Desideria Menéndez, murió repentinamente al caerse de la cabalgadura. Cuzco murió en casa de Erazo a pocos días del crimen de Berruecos, y Rodríguez, el otro, murió poco después en un cuartel. No cabe duda de que alguien los silenció para evitar que declararan, anota Ayala Mora.

“Yo tengo la convicción de que fueron los dos”

En cuanto a José María Obando, cargó toda su vida con la acusación del asesinato, como él mismo lo había predicho. Y en ello, sus propios escritos lo comprometían. Nunca negó, por ejemplo, haber escrito la nota a Erazo, pero dijo que lo hizo tres años antes “para ejecutar una celada contra otro bandido”. Hay, por fin, un hecho significativo que debe destacarse, señala el historiador Enrique Ayala Mora: “Flores abandonó Quito poco antes del crimen y viajó a Guayaquil. No sería la última vez que haría una conveniente retirada antes de que se cometiera un crimen que lo beneficiaría. Así habría de actuar también cuando el crimen de "El Quiteño Libre", pocos años después”. “Flores fue mucho más prudente. No dejó nada escrito y su participación en el crimen quedó siempre a cubierto. No cometió "errores" y por ello no es posible establecer con total claridad su responsabilidad. Pero esta responsabilidad, sin duda, existió. No sólo por las evidencias que hay sobre su manejo de los testimonios, su viaje a Guayaquil, sus tratos secretos con Obando, sino la existencia del móvil del tamaño de una catedral, y aunque no siempre el beneficiario es el actor del crimen, el número de casos en que si lo es, da como para pensarlo bien en serio”. Y contundente el historiador venezolano Vicente Lecuna (1870-1954) sobre Obando y Flores y el crimen de Berruecos, decía: “Yo tengo la convicción de que fueron los dos".

César Pinos Espinoza

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