jueves, 14 de marzo de 2013

Tribus urbanas de Santiago de Chile.

“Ruego a Ud. tenga la bondad de irse a la cresta…”, es la irreverente obra del chileno Villegas, periodista y crítico social, del cual se comenta: “Villegas examina las antropologías o zoologías de esta sociedad nueva, en la que destacan los poderosos, situados casi en el cielo y a la diestra de Dios Padre; los empresarios, que pese a su nombre, no innovan ni crean; los flaites y los chantas; los cabeza de músculo- no se imagine uno versión contemporánea del mens sana in córpore sano-los lobbystas, los sempiternos apitutados, los del medio y los de abajo, las tribus urbanas (los pelolais, los veganos, los emos)…y los pobladores, entre los cuales el autor halla a los únicos chilenos, frente a los cuales se quita el sombrero”.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Relatos de un Explorador No. 7

La historia de Machu Picchu Sin duda Machu Picchu es uno de los lugares más solicitados y espectaculares del mundo. Por lo general se cree que fue el norteamericano Hiram Bingham quien lo descubrió en 1911, pero no, fue el alemán Augusto Berns, quien 44 años antes ya estuvo en el lugar. Eso dice el investigador Paolo Greer. Él refiere que Berns contaba con una descripción de Machu Picchu y que en 1887 formó una compañía para “huaquear” el lugar, entonces conocido como Huaca del Inca, hecho consentido por las autoridades de turno. Berns habría comprado unos terrenos en una zona ubicada al frente de Machu Picchu en 1867. “Su trabajo era vender durmientes para ferrocarril. Cuando Bingham llegó el año 1911 encontró un hombre viejo y su máquina, pensaba que era máquina para caño pero era aserradero para durmientes”, indicó. La investigación comenzó en 1978 cuando se encontró un documento del socio de Berns escrito en inglés: un mapa de minería que mencionaba al Vilcanota y Urubamba. Es más, Fernando Astete, jefe del Parque Arqueológico de Machu Picchu, dice que, “incluso el libro del hijo de Bingham menciona que había un escrito con el nombre de Lizárraga que seguramente conoció antes Machu Picchu”. Y se sabe también que “un médico inglés que llegó a tener su clínica en Calca estuvo antes que Bingham”, según la agencia Andina. De acuerdo a una versión, Hiram Bingham fue descendiente de un misionero, además historiador norteamericano nacido en Honolulu, Hawai, en 1907. Estudió Historia y Geografía de Sudamérica en la Universidad de Yale y fue escogido como delegado de su país para el Primer Congreso Científico Panamericano llevado a cabo en Chile en 1908. Su primera incursión como explorador de montañas en 1906, fue también su primer intento por encontrar Vitcos, la última capital del imperio y último refugio de los incas rebeldes contra los españoles. Ese año realiza un viaje por la ruta Buenos Aires - Cuzco, antiguo derrotero comercial durante la colonia. Llega al Cuzco, donde le informan sobre la existencia de ciudades perdidas en el monte, en la enmarañada y escarpada selva tropical de las montañas del Urubamba. Aunque ya tenía referencias por la lectura de cronistas que mencionaban Vitcos, supuesta capital de Manco II, y por el libro del viajero inglés Charles Wienner, quien estuvo en la región por 1876. Emprende viaje a la ciudad de Abancay, entrada natural a esa parte de la selva donde supuestamente estaría Vitcos. Los guías locales lo llevan a unas imponentes ruinas que ahora conocemos como Choquequirao, asentamiento del Tahuantisuyo en lo que hoy es Abancay, a ocho horas de viaje de Cuzco. Entusiasmado por este primer hallazgo, regresa a los Estados Unidos a fin de reunir fondos para continuar con sus exploraciones, logrando conseguir el apoyo de la National Geographyc Society y de la Universidad de Yale, además de haberse provisto de algún dinero entregado por amigos y familiares. Encontrar Victos ya no era solo un interés académico, era una empresa bien planificada. En 1911 regresa a Perú a fin de realizar estudios de geología y botánica, y con seguridad de encontrar Willkapampa. Bingham visitó la zona el 24 de julio de 1911, guiado por un niño campesino y acompañado por un miembro de la guardia civil peruana, en una expedición que fue financiada por la National Geographic Society y la Universidad de Yale. Pero existe otra versión: El hacendado cuzqueño Agustín Lizárraga fue quien descubrió la llamada "ciudad perdida de los Incas" en un viaje que realizó a la zona selvática del departamento sureño del Cuzco el 14 de julio de 1902, nueve años antes que Bingham, reveló el diario limeño "La República". El rotativo contrastó información documental y el testimonio de historiadores para concluir que Lizárraga llegó a la zona en 1902 acompañado por los también cuzqueños Gabino Sánchez y Enrique Palma. Alfred, tercer hijo de Bingham, en su "Retrato de un explorador: Hiram Bingham descubridor de Machu Picchu", dice que descubrió en la libreta de su padre una inscripción que decía "Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu y vive en el pueblo de San Miguel". Además, señaló que en una de las paredes del templo de las Tres Ventanas de la ciudadela figuraba una inscripción hecha a carbón que decía "Lizárraga 14 de julio de 1902". Alfred M. Bingham agregó que otra prueba de la presencia de visitantes anteriores son las fotografías tomadas por su padre, donde se ve que gran parte de la ciudadela no estaba cubierta por "la vegetación de los siglos", como señaló el norteamericano. Y todavía más: En Andes Magazine-Chile, septiembre 2010, el periodista Rafo León escribe: Cuarenta años antes de Hiram Bingham, un explorador francés estuvo a punto de descubrir la ciudadela pérdida de los Incas. Charles Wiener y Hiram Bingham. Dos hombres, dos destinos. Uno, amante de la justicia y defensor de los derechos del hombre, reportó auténtica información sobre Machu Picchu para así contribuir al saber universal, al margen de su provecho personal. El otro, segundo en determinar la ubicación del sitio inca, se empeñó en diseñar su propia gloria y gozar de sus ventajas. Wiener entró en la historia, Bingham permanece en la polémica. El consenso académico republicano en el Perú consideraba al explorador norteamericano Hiram Bingham como “el descubridor” de la fabulosa ciudad inca de Machu Picchu. Hasta hoy los guías suelen relatar a los turistas durante sus visitas al complejo inca situado en el ingreso a los espesos bosques amazónicos, cómo Bingham fue el primer hombre en enfrentar, un 24 de julio de 1911 la grandeza de estas construcciones ciclópeas sobre una montaña (Machu Picchu: cerro viejo), al pie de otra, gigantesca, que se eleva con una indiscutible simbología ritual (Huayna Picchu: cerro joven). Sin embargo, una de las menciones más importantes al conjunto inca es la que da el científico francés Charles Wiener en su libro Pérou et Bolivia – Récit de Voyage, publicado en París en el año 1880. Textualmente Wiener acota en su erudito documento: “En Ollantaytambo me hablaron de los antiguos vestigios que había en la vertiente oriental de la cordillera, cuyos principales nombres me eran ya conocidos, Vilcabamba y Choquequirao. Yo había visto este último grupo de ruinas en las orillas del Apurímac, frente a la terraza del Incahuasi. Se me habló aún de otras ciudades, de Huayna Picchu y de Machu Picchu, y resolví efectuar una última excursión hacia el este, antes de continuar mi camino al sur”. Fiel al rigor académico en el que había sido formado, Wiener coloca una cita a pie de página en su mención a Huayna Picchu: “Creemos nuestro deber recordar aquí la única nota bibliográfica que se puede relacionar con este sitio, El brillante porvenir del Cuzco, por fray Julián Bovo de Revello, (Cuzco, 1848, p. 26). Solo que Huaina Picchu aparece allí con el nombre de Huaina Pata, lo cual no sorprende mayormente, ya que pata quiere decir colina” Pero, ¿quién fue este hombre, no suficientemente citado por Bingham como fuente ni en sus artículos ni en su celebérrimo libro Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas, un best seller desde que se publicó por primera vez hasta el día de hoy? Wiener nace en Viena el 25 de agosto de 1851. Es el primer hombre de occidente que asciende el monte Illimani (6161 msnm), en Bolivia, a uno de cuyos picos bautiza como Pico París. En 1882 consigue rescatar a 41 personas que iban a ser severamente reprimidas por el dictador ecuatoriano Veintimilla, una labor pionera en Derechos Humanos, que continúa en otro campo, el de la salud, cuando dirige el Hospital Francés de los Coléricos (enfermos de Cholerae), en el Santiago de Chile de fines del siglo XIX. Wiener se jubila en París como Ministro Plenipotenciario, y muere viajando hacia Rio de Janeiro, el 9 de diciembre de 1913. A los datos reseñados, hay que añadir los trabajos de la historiadora peruana Mariana Mould de Pease, célebre en la actualidad por su rol de vigilante del patrimonio histórico y arqueológico del Perú. Mould ha revelado la existencia de dos mapas mineros del siglo XIX en los que consta que Machu Picchu estaba integrado al Perú republicano mucho antes de que Hiram Bingham lo “descubriera”. Los mapas, de 1870 y 1874, respectivamente fueron trazados para promover inversiones mineras en la zona. Respecto al tema del “descubrimiento” de Machu Picchu, la misma historiadora precisa que Agustín Lizárraga en 1902 llegó a inscribir en el muro llamado Tres Ventanas, lo siguiente: “A. Lizárraga, 14 de junio de 1902”. La hipótesis de Mould es que Bingham borró la incómoda inscripción. César Pinos Espinoza cesarpinose@hotmail.com www.proyectoclubesdecomunicacion.blogspot.com www.radiolaroja.com

domingo, 10 de marzo de 2013

Relatos de un explorador. No. 6

No era ni un ángel ni un demonio Esta historia me contó un hombre de edad avanzada ya hace años un día cuando yo caminaba por una senda de herradura en pleno invierno para tomar la única vía carrozable en los calientes de Chaucha. Lo encontré sentado en el porche de su modesta cabaña con la mirada perdida en lontananza. Vivía solo, quizás ya los últimos momentos de su vida. Fue cuando me aproximé para pedir agua y descansar unos minutos después de una larga jornada de tres horas de camino desde la montaña. Mientras bebía una agua azucarada con panela que me brindó, comenzó el relato que no sé si fue su propia historia. Un día un hombre salió temprano de su casa en la ciudad para tomar en el extremo de esa urbe un bus que lo llevaría a un pueblo en donde él trabajaba como maestro de escuela. Creo que frisaba por los cuarenta años más o menos, pero se veía muy juvenil y alegre, se diría que estaba en la flor de su existencia. De él se decían muchas cosas: era popular, se caracterizaba por su bondad e ingenuidad, que hasta santo le creían porque leía mucho y pasaba horas enteras con la Biblia y a veces rezando, jamás hizo mal a nadie e incluso era capaz de realizar una forma de milagros en los jóvenes y niños “haciéndoles hablar” a los que por timidez no podían hacerlo, con el argumento de que todos nos equivocamos y si cometemos errores no importa; él mismo se hizo su propio milagro de hablar y hablar bien en público y sobre cosas interesantes, todo a fuerza de perseverancia, estudio y convencimiento propio. Atraía a las mujeres con facilidad, como por encanto, como a los niños el Flautista de Hamelín, pero jamás se aprovechó de tal virtud para hacer el mal a nadie, y sobre todo conservaba su timidez que le daba más atractivo, aunque siempre se quejaba de que en cuestión de amores era desafortunado. Pero qué cosas, al contrario, para otros, era el mismo demonio, mujeriego, tomador, pendenciero y peleador callejero, un problemas en las fiestas, y al parecer, no tenía arreglo, y en verdad, creo que jamás lo tuvo. Esa mañana caminaba apresurado por una avenida y pronto alcanzó a divisar el vehículo que lo llevaría, le volvió el alma al pecho y desaceleró su marcha. Al mismo tiempo y en el mismo sentido una mujer caminaba de la mano con su tierna hija hacia su escuela. El nombre de la niña lo recordaba pero no me quiso decir, tenía unos siete años quizás. Por el apuro de madre y niña golpearon en el brazo al señor, que un libro y un cuaderno que llevaba fueron a parar en el suelo y las detuvo para pedir disculpas y tratar de recoger las cosas que se habían caído, pero ya enseguida el hombre se había agachado para lo mismo; el movimiento fue como sincronizado que al agacharse la niña y el señor se vieron los rostros muy cerquita; ella asustada y con sus ojitos casi perdidos en el rostro y él sonriente, talvez a la fuerza, pero arrancando una sonrisa nerviosa de la niña que enseguida y sin perder el tiempo se reincorporó y prosiguió su camino. El señor la miró fijamente un tanto extrañado y la niña igual, le hizo adiós con su manito y se fue. Unos metros más allá, se viró, volvió a sonreír y algo le dijo a su madre que también se había vuelto para mirar al extraño. Él, con el índice casi susurrando dijo: “¡Te veré dentro de 18 años…en alguna parte…!”. Les dije que tenía una forma de mago. Mientras relataba el campesino apenas se había movido de su especie de sillón y sus ojos brillaban como de nuevo retornando a su vida del pasado lejano. De acuerdo a la historia, habían transcurrido casi veinte años, todo parecía haberse sepultado en el olvido, a no ser por un incidente que removería escombros inconscientemente. Un buen día, cuando de la gran ciudad el hombre había tomado un bus para dirigirse a su casa a cuatro horas de viaje y se preparaba para meditar en las cosas de ese día y en las que la vida le ofrecía, de pronto llegó una chica apresurada y se sentó a su lado, apenas lo miró y se concentró en sus cosas personales. El bus inició la marcha que prometía horas aburridas. Unos minutos después, al reojo él la miró y algo le llamó la atención: los ojos de la chica, casi perdidos en su rostro. Recordó que algo parecido había visto mucho tiempo atrás. - ¿Qué sucedió después? Le dije al campesino. - Nada, respondió, casi nada. Fue un incidente de cinco meses, no duró más y no sucedió nada, más que una carga de penas para el corazón. Epílogo: Diez años más tarde, extrañamente, se repitió la historia, esta vez en otro escenario. En un pequeño poblado de la Amazonía se produjo una conmoción: unos guerrilleros habían asaltado ese lugar y llevaban junto con ellos a un grupo de niños secuestrados, seguramente para conducirlos por la selva hacia sus negros propósitos en algún campamento. Aprovechando un momento de confusión una niña corrió por la calle, cruzo velozmente hacia el frente y se perdió en una covacha sin dar tiempo a los armados para recapturarla. En la parte posterior de esa casucha vivía un hombre que vio llegar a la niña y rápido le indicó dónde esconderse, quedando indiferente e impasible en el momento que llegaron buscando algo los guerrilleros. Preguntaron por la niña. - ¡Por allá! Dijo señalando el lado opuesto, y se alejaron enseguida. Cuando todo pasó y el griterío de hombres y niños se fue disipando con el alejarse de los insurgentes, el hombre se acercó a la niña. - ¿Quién eres? - ¿De dónde te trajeron? - ¿Quiénes son tus padres? La niña apenas respondió y casi llorando dio alguna pista. El hombre tomó su vieja camioneta y condujo a la chica por unos caminos maltrechos durante unas tres horas. Había sido robada a un grupo de turistas que pasaban por allí. Y llegaron a un lugar en el que un grupo de gente comentaba y se movía inquieta, ahora aproximándose al auto que acababa de llegar. Se bajaron de inmediato los dos ocupantes. - ¡Hola! - dijo el hombre a la madre, mientras ella abrazaba a su hija conmovida. - Se parece mucho a usted, expresó serenamente el hombre, para romper el silencio, y casi de inmediato se volvió a su vehículo. Madre y niña como clavadas en el piso contemplaron al hombre que se alejaba, y volvía a la memoria de los dos, sin duda, aquel incidente del bus una tarde de viaje con amena conversación y los sueños fallidos. Había sorbido por entero el jarro de agua azucarada que me brindó y retomé mi camino. Me alejé poco a poco y antes de perderlo de vista, aquel hombre continuaba con su mirada ahora perdida en la tarde y en el verde de la montaña que oscurecía. Nunca más supe de él. César Pinos Espinoza.