domingo, 18 de noviembre de 2012

Hornillos, en el fin del mundo











El vehículo 4 x 4 sube y sube por una angosta carretera que no parece tener fin. Al término se divisa un pequeño caserío enclavado en la cima de una colina entre campos verdes y húmedos, fue parte de una antigua y gran hacienda que comprendía los puntos de Huertas, Cuevas, Nazari, Pedernales, Santa Teresa y otros. El frío es intenso, la llovizna y el viento golpean el rostro de los niños que despreocupados y felices juegan en una cancha que no es cancha sino un pedregal, con una pelota que más bien parece una bola con pelos. Un letrero casi invisible indica el nombre de la escuela “Ricardo Muñoz Dávila”, que educa a unos 70 niños, con dos maestros.
Hace décadas eran lugares inaccesibles
Más allá de Hornillos parece no existir nada, pero nos equivocamos, están otros caseríos todavía más lejanos: Cebadas, Nazari y Mangán; hacia el sur está Pelincay, de la jurisdicción de Pucará, y más todavía, los calientes que conducen a Pijilí, desde donde los habitantes “piensan más de una vez” para salir en acémila a los centros poblados de Shaglly y Santa Isabel, transportando sus productos luego de largas horas de camino a lomo de mula y al final en camioneta. Mi amigo Víctor Vidal fue hace décadas maestro por esos lares: “Entonces eran lugares de difícil acceso, de paso, al igual que Escaleras y Huertas, con casas de haciendas y muy pocos habitantes; si no tenías una buena mula, era imposible para un citadino cualquiera”, manifiesta. Concordamos con aquello de que “desde siempre las escuelas lejanas han estado abandonadas, funcionando los 6 grados en una sola aula, un solo profesor, sin centros de salud, ni siquiera cercanos, sin luz, sin agua, y algo mas grave ahora, ya ningún docente quiere ir a esos rincones, a pesar de que el Estado ha invertido en su preparación”.
El portal de la Federación de Turismo Comunitario del Ecuador, dice: “Hasta el año 1949 existía la hacienda Hornillos, que pertenecía a Gustavo Montesinos Chica, a su muerte la propiedad quedó para sus herederos, quienes vendieron la parte que hoy es conocida como Huertas. La población se sitúa en la parroquia Shaglli. En el siglo XIX y principios del XX existía una huerta considerable de cascarilla o quina (para fabricar la quinina y curar el paludismo o malaria) que se exportaba; en lo posterior se le empezó a denominar “La huerta de cascarilla”, pero con el paso del tiempo se simplificó a “La huerta” y finalmente quedó en “Huertas”.
Alejados del mundanal ruido
Sin duda, la vida es dura en Hornillos. Muy poco se acuerdan las autoridades de que existen allí alrededor de 300 seres humanos y una veintena de niños pequeñitos de entre uno y cuatro años de edad que requieren de atención urgente porque está en juego su futuro si no se da una atención alimenticia y médica adecuada a su crucial momento. En el saloncito de la antigua escuela que ahora es casa comunal, se han reunido cerca de sesenta personas entre hombres, mujeres y niños con la curiosidad de ver lo que les han llevado amigos de Santa Isabel: sin ser Navidad obsequian unas funditas de galletas y caramelos para los niños, ropa usada pero limpia y en perfectas condiciones, recolectada por las señoras Irene y Yolanda, esposas de Guido y Pepe, y sobre todo para escuchar voces de esperanza y solidaridad en este mundo convulso y absurdo en el cual unos viven bien y rodeados de todo, mientras otros observan de lejos, aislados, apartados y ajenos al mundanal ruido del siglo XXI.
El agua se enfría solo en pocos metros
El centro comunal de Hornillos no cuenta con más de unas 20 viviendas bajitas de adobe y bareque; se lo identifica  a la distancia  por unos árboles de ciprés muy viejos; alguna vez parece haber sido una especie de mirador para divisar los extensos campos hacia el lado oriental y occidental. Los pobladores calzan botas de caucho, la lluvia cae con fuerza que resuena en las casas cubiertas de cinc; el invierno es despiadado, daña los caminos y la angosta ruta para vehículos pequeños, cerrando todas las posibilidades de contacto con los principales centros poblados. En ese caso, humean las casas por la comida incipiente que preparan las mujeres en cocinas de leña y tulpas. Don Efrén Guamán, uno de los líderes, luce una chompa del Deportivo Cuenca, sin que a ese equipo un poco morlaco lo haya visto nunca, ni le interese verlo; acompañado de don Luis Peña se aproximan con una botella de trago fuerte y agua de gañal, que sólo entre el paso de la cocina y el momento de invitar una copa llega fría como recién sacada de refrigerador. Los niños y niñas una vez concluido su ciclo escolar, se hacen jóvenes y duros a la fuerza, no tienen para escoger sino el seguir en el trabajo de campo que alimentó a sus mayores, y las chicas hacen lo propio o van a los pueblos para el trabajo doméstico mal pagado. Juan (13) me cuenta que ya ha concluido la escuela y quisiera estudiar, por lo menos en semi presencial, pero no tiene ni el dinero ni tal posibilidad porque lo más cercano está en Huertas, a una hora en camioneta, a dos horas en acémila o a tres horas caminando, así sea “enderezando”, pero al menos conserva la esperanza, que es lo último que muere.
Jugar “cuarenta” y voley, o procrear niños.
Luis (30), con su esposa (34) han procreado cinco hijos, hoy de doce años para abajo, unos bellos niños, sonrientes, alegres, activos y ajenos a su futuro incierto. Por allá en el salón que tiene una especie de escenario, cuatro ventanas, dos puertas bien cerradas para que no entre el frío, un grupo de ocho personas juega “cuarenta” apostando centavos, la única distracción posible porque la lluvia no permite salir a jugar voley en una cancha que no lo es. ¿Cuánto se puede hacer por ellos? Mucho. Esa misma sala, equipada con una pantalla y un proyector puede ofrecer películas educativas, capacitación, enseñanza de bordados, hilados y tejidos para mujeres, cuidado de los niños para las madres, asesoramiento para el respeto de la naturaleza y animales en vías de extinción, en fin, puede hacerse mucho, pero todavía no han llegado las iniciativas, peor la voluntad de ayudar sin interés alguno. Allí está Hornillos, salió de la gran hacienda, pero no ha progresado para una vida digna de sus habitantes; pisamos esa tierra hace 15 años, pero no ha adelantado nada, se ha quedado paralizada en el tiempo. Para este caso y sin duda para otros, hoy las autoridades tienen la palabra.

César Pinos Espinoza
www.proyectoclubesdecomunicacion.blogspot.com