miércoles, 14 de septiembre de 2011

En Trujillo y Lima, huellas del pasado




Mi largo recorrido de más de 14 mil kilómetros por vía terrestre se inició en Cuenca el domingo a las 11h00. Ya a las 16h00 me encuentro en Aguas Verdes y luego en Zarumilla; algunas décadas atrás estos lugares y otros fueron territorio ecuatoriano. En esos lares la vida es agitada y calurosa, en medio de millares de comerciantes, tricimotos y taxis sin uniformidad alguna. En fin, con nueva moneda hay que proseguir hacia el primer objetivo, Tumbes. En esta ciudad desordenada y bulliciosa encontramos varias empresas excelentes en el transporte terrestre interno del Perú e incluso hacia Chile, Bolivia y Brasil. Es el caso de Ormeño y Oltursa, con buses de dos pisos, aunque, como dijo un conductor, durmiéndose en los laureles, porque ya han asomado otras compañías a nivel nacional, caso Cruz del Sur, Civa, Cial, Via y Flores, que realizan su trabajo de mejor manera. En todo caso, en este aspecto el Perú nos lleva amplia ventaja.

Trujillo, colonial e interesante

Sea como fuere, encaramados en el segundo piso del Ormeño, saliendo a las seis de la tarde arribamos a Trujillo a las cinco de la mañana del día siguiente. Parece que llegamos muy pronto porque no hay ningún movimiento, únicamente un restaurant “24 Horas” que nos auxilia con un caldo de ave en ese momento de frío y ligera llovizna y nos permite reorganizarnos para la jornada del nuevo día. A las siete y media ya recorremos la ciudad y nos encontramos con una novedad: la casa donde vivió y murió el general José Luis Orbegozo, aquel que junto a José Domingo Lamar y Agustín Gamarra, fuera derrotado por las huestes del Mariscal Antonio José de Sucre en el Portete de Tarqui la mañana del 27 de febrero de 1829. Orbegozo fue presidente del Perú y cayó también derrotado después por los chilenos dentro de la Confederación Perú-boliviana en 1837. Hoy este lugar es un museo que en su entrada tiene una placa que dice: “El gran Mariscal don José Luis de Orbegozo y Moncada, Prócer de la Independencia, Presidente de la República 1833-1837. Vivió y murió el 5 de febrero de 1847 en esta casa que fue también de sus antepasados fundadores de la ciudad de Trujillo”.

Trujillo, con 400 mil habitantes, posee un hermoso centro colonial, plaza de armas, edificios y el templo de San Francisco, destruido por el terremoto del 31 de mayo de 1970 y reconstruido hasta 1978.

Las ruinas de Chan Chan

A quince minutos de Trujillo, tomando un taxi que me cobra diez “nuevos soles”, llego a algo impresionante, una extensa área desértica en medio de la cual se encuentran vestigios de una civilización que existió y tuvo su esplendor entre los años 850 y 1400 d.C. Fue la cultura Chimú y según dicen, debió ser esa una ciudad de unos 40 mil habitantes. Quedo maravillado, igual que varios turistas canadienses, australianos, neozelandeses y alemanes que se encuentran en ese momento. Impactante. Cincuenta fotografías, y por supuesto, pido a una chica australiana que me “saque” una foto. Es la ciudad de barro más importante, un patio ceremonial fue la antesala, luego un corredor de peces y aves grabados en alto relieve. Para el tránsito utilizaban rampas y la galería alta tenía un techo soportado por columnas. Todos los muros estaban decorados con representación de redes de pesca en relieves pintados de blanco. El lugar está a dos kilómetros del mar y era parte del Palacio Tschudi. Cuando los incas llegaron luego del 1400, los chimús estaban en decadencia, no se sabe por qué, pero todavía mostraban huellas de esplendor.

Con rumbo a Lima, el misterio continúa

Ahora, 12h30, estoy a bordo de un bus de otra empresa, ITTSA. Escojo un sofá-cama en el primer piso y me cuesta 80 soles, unos 29 dólares, hacia la capital del Rimac. Antes de salir, reviso mi correo y cuento esta inicial experiencia a mi hija Kharen en Barcelona y anuncio mi próxima presencia a María Soledad, Roberto y el pequeño Alejandro en Santiago de Chile. Kharen ya sabía de mi raid y ha llorado, no la veo cerca de dos años. Viene a mi mente aquello de: “Ni una hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios”, y lo del Oso Panda en una película cuando alguien dice: “nada es un accidente”.

Hasta aquí el transporte peruano demuestra su gran calidad y modernidad: a bordo excelente almuerzo, bellas y atentas “terramozas”, buenas películas, promoción turística, pantalla que registra la velocidad del bus, mantas, almohadas, etc. Por fin ya no vemos a Jacky Chan ni violencia alguna como en ciertos casos que conocemos. Y así, prosigue el viaje. Extenso desierto, a veces oasis con verdor y cultivos, carretera asfaltada “como una mesa de villar” y completamente limpia y muy bien señalizada. En Chimbote estamos a las 14h30, luce alegre y movida esta ciudad, aunque con el cielo gris. Hace unos años soportó un grave terremoto. Y algo curioso, durante todo el recorrido y cada cierta distancia se ve patrulleros policiales vigilando el tránsito, a veces en pleno desierto, pero también a cada paso cruces y recuerdos de accidentes en la vía, a manera de nuestros “corazones azules”.

Lo que buscamos, la tumba de La Mar

Son las nueve de la noche y por fin arribamos a Lima. Nos espera el hotel Panamericano y un merecido descanso. Al día siguiente muy temprano estamos listos para una larga tarea. Primero a la Plaza de Armas, sensacional, grupos de turistas de todas partes observan los edificios: con bandera roja y blanco el Palacio Torre Tagle, residencia del presidente de la República, la Catedral, el Palacio del Arzobispado y otras hermosas construcciones. Primero fotos, luego a ingresar en la Catedral.

Pregunto a un guía turístico, está aquí la tumba del Mariscal La Mar? Consultas de unos a otros y por fin, ni siquiera saben de quién se trata. Nunca han oído ese nombre. No conocían que La Mar incluso fue presidente del Perú. Comencé a perder la paciencia y las esperanzas, mi curiosidad de años se esfumaba, pero había que insistir, al fin, para ello estaba en Lima. En la Catedral contemplo la tumba de Francisco Pizarro, el porquerizo que matara a Atahualpa en Cajamarca el fatídico 28 de agosto de 1533. Detallan hasta sus mínimas dolencias, lesiones y pérdida de molares “por su avanzada edad”. Luego está la capilla de la Virgen de la Candelaria; de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, segundo Obispo de Lima; el baldaquino del altar mayor es del arquitecto y pintor español Matías Maestro; de san Francisco de Sales; de Melchor Antonio de Portocarrero, Conde de Moclova que en la batalla de Dunas de Dunkerque en 1658 perdió el brazo derecho que le sustituyeron con una prótesis de plata, por lo cual le conocían como el “Brazo de plata”. También hay un gran óleo de “San José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei”. En un extremo del palacio de gobierno esta el museo del “Señor de Sipan”, lo visitamos; este tesoro cultural peruano tiene mucha significación para explicar los orígenes y el esplendor pre-inca durante los primeros siglos de la era cristiana.

La Mar en el Cementerio de los Héroes

En un museo de arte religioso junto a la iglesia de San Francisco una señora me dio la pista: “Lo que usted busca está en el cementerio de los Héroes o del Presbítero Matías Maestro, pero cuidado, el lugar está plagado de ladrones”. En medio del calor me quedé helado. Pero insisto, en fin de cuentas, para qué estoy aquí?

El taxi me deja en la puerta del cementerio, pero el conductor me advierte: cuidado, todos los que nos miran son ladrones, entre directo y al salir tome directo un taxi y márchese rápido, no mire atrás. Me acordé de Sodoma y Gomorra, pero aquí no me harán estatua de sal. Tensos los minutos, difícil el acceso, piden dinero los guardianes. No importa, tengo algunos soles. De pronto Sixto me muestra lo que busco, el mausoleo del Mariscal cuencano José Domingo La Mar y Cortázar. Estoy maravillado, me pellizco, no creo. Está lleno de polvo y casi olvidado, saco mi pañuelo, algo lo limpio, nadie por ahí sabe quién fue y sólo una flores marchitas quedan de recuerdo; mis guías quieren quitar las flores pero les digo que las dejen ahí, al fin, alguien se ha acordado de aquel hombre que nació en la casa que actualmente es la Alcaldía de Cuenca, que fue héroe de las guerras napoleónicas, que luchó por la corona española y que luego se constituyó en un baluarte de la independencia americana, presidente del Perú y concluyó derrotado en el Portete, cerca de mi tierra, para declinar su vida en 1830, expatriado, en Costa Rica.

Cerca de la tumba de La Mar está la de Vicente Rocafuerte, primer presidente ecuatoriano. No sabía. Fue una sorpresa. De Mariano Necochea, argentino, héroe de Junín, Ayacucho, Pichincha y el Portete, protector de José María Camacaro, porque este héroe mulato caleño caído en Cuchipirca, junto a Girón, lo había rescatado de morir en una batalla en Perú; del Mariscal Agustín Gamarra, general peruano derrotado en esa misma batalla, presidente del Perú después de la caída de La Mar, muerto en la batalla de Ingaví contra los bolivianos, y de otros personajes importantes. En el centro está un gran mausoleo destinado a los héroes peruanos de la Guerra del Pacífico.

Rumbo a Nasca, Tacna y Arica

Son las 07h00 del miércoles y me encuentro en la terminal de Cruz del Sur, una de las empresas más poderosas y organizadas del Perú. Tomo el cuarto asiento del segundo piso con rumbo a Nasca, saldré a las 07h30. Me cuesta 66 soles, unos 23 dólares. En esa terminal los taxis son nuevos y sus conductores están bien uniformados. Junto a mí van dos jóvenes, ella peruana y él suizo, viajan a Paracas y luego a Arequipa, Cusco, Puno y la selva. Una autopista de cuatro carriles por más de cuarenta kilómetros nos conduce hacia el sur para descubrir nuevos e impresionantes lugares. Les contaré después lo que vi en Nasca, Tacna y Arica, el Campo de la Alianza y el Morro, en el capítulo de la Guerra del Pacífico, una tragedia bélica de hace 129 años que no la olvidan los contendores; luego sobre Antofagasta, puerto chileno impresionante y hermoso.

César Pinos Espinoza

domingo, 11 de septiembre de 2011

El 11 de septiembre ecuatoriano

En diciembre de 1941 EEUU había entrado en el gran conflicto de la Segunda Guerra Mundial a causa del ataque japonés a Pearl Harbor. Mientras tanto, el territorio ecuatoriano comenzaba a sufrir la agresión brutal de las tropas peruanas en las provincias de El Oro, Loja y el Oriente, supuestamente a causa de “provocaciones ecuatorianas”. En medio del gran bullicio que significaba el movimiento bélico internacional entre las potencias del eje Roma- Berlín-Tokio y los Aliados, nada significaba el horrendo pisoteo de humildes y pacíficas poblaciones ecuatorianas en el sur del país por parte de miles de soldados peruanos apoyados por su poderosa maquinaria bélica. Mataron a indefensos civiles, robaron, violaron a mujeres, incendiaron y humillaron en los poblados de Arenillas, Santa Rosa, Pasaje y Machala, con la falsa e imposible acusación de que el Ecuador “invadía” el territorio del país sureño.

El ejército ecuatoriano en medio de un descalabro, pobreza y desorganización, algo tenía que hacer, y algo hizo para frenar tan inesperada afrenta. El costo fue alto en vidas, éxodo y sufrimiento. Muchos generosos combatientes ofrendaron su vida en el altar de la patria: Ortiz, Chiriboga, Minacho y tantos otros que prefirieron que el enemigo pase por sobre sus cadáveres. Pero al invasor también le tocó pagar su cuota de sangre y sucedió de modo altamente trágico. Fue el 11 de septiembre de 1941, hace 70 años, en el punto denominado Porotillo. Alrededor de una treintena de soldados peruanos pagaron con sus vidas la agresión al territorio ajeno. Fueron emboscados y acribillados con ZB y Mauser por parte de enardecidos jóvenes militares defensores en un recodo del camino. Sólo quedó uno para contarlo. Después, la furia invasora se desató…y se consumó el delito. El 29 de enero de 1942, en Itamaraty, Brasil, quedó sellado el atraco. Perdimos cerca de 250 mil kilómetros cuadrados de territorio y la Patria quedó mutilada infamemente para siempre, sin que afuera de las fronteras, a nadie le importe.

Las nuevas generaciones deben saber y recordar este triste episodio y entender que la guerra es un castigo para los pueblos, que sus efectos a todos lastima y nada cura. Teniendo siempre presentes historias trágicas y reales como ésta, es menester construir sociedades diferentes, justas y sin tensiones guerreristas que sólo consumen dineros que únicamente pertenecen a la educación, salud y progreso humano. Ojalá llegue el día de decir por fin, ¡adiós a las armas!


César Pinos Espinoza