lunes, 15 de agosto de 2011

Juan José Flores en nuestra Historia Nacional

Cuando recorremos las calles y plazas históricas de Quito, Guayaquil, Riobamba, Ambato o Cuenca, a más de las edificaciones patrimoniales que obviamente constituyen un atractivo a nivel nacional e internacional, flota por ahí el patrimonio intangible de los personajes y los hechos, de las circunstancias vividas en el pasado, seguramente labradas con sufrimiento y tensos momentos. Los historiadores coinciden en que tras la guerra de la Independencia, luego de regueros de sangre y secuelas de miseria, al fin se dio paso a un proceso largo y penoso de restaurar la justicia, el honor y el respeto, mancillados sobre todo a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX por parte de las huestes de la Corona, y enseguida por el militarismo grosero y abusivo recién salido de la guerra y dispuesto a saciar sus ambiciones de riqueza y poder.

Luchas y sacrificios increíbles

Quito hoy guarda vivos recuerdos de una época que ni siquiera podemos imaginarla, cuando la muerte cabalgaba cerca de todos y la pobreza era la evidente consecuencia de la desorganización e inestabilidad política y social. Luego de la batalla del Pichincha, el 24 de mayo de 1822, la obra de los héroes quedó inconclusa. Vertiginosamente vino su fin y los libertadores experimentaron el ocaso. Muy pronto, apenas se habían recogido las banderas y trofeos de los campos de batalla, Bolívar y Sucre en 1830, al término de su brillante labor, rindieron tributo a la tierra que habían liberado. Entonces, todo quedó en manos de un puñado de ambiciosos, que paradójicamente poco tiempo atrás, habían combatido heroicamente en los campos del honor y de la muerte, ya como jóvenes valerosos, ya como veteranos infatigables que lo dieron todo, pero que luego perdieron la visión de las cosas y procuraron un cambio total a sus acciones. Nuestra historia aún hoy muestra huellas y conserva páginas dignas de toda alabanza y admiración. Ejércitos imposibles, marchas increíbles, incorporación forzosa a la carrera de las armas, con mandos jóvenes de 16 a 25 años y curtidos superiores procedentes de Colombia, Venezuela, las Antillas, Inglaterra e Irlanda, armados de materiales traídos clandestinamente de ultramar, soldados que abandonaron sus campos y hogares, la mayoría para no volver jamás, civiles que vivieron años de pesadilla, todo, haciendo una realidad y época que no se puede repetir.

“Si cometí faltas, no fue por mi deseo…”

Aquí surge a raíz del nacimiento del Ecuador la figura de Juan José Flores como político; antes fue un héroe como pocos, pilar para la unión del naciente Ecuador, cuestionado, acusado, reprochado y odiado, pero a decir de verdad, el forjador de la nacionalidad ecuatoriana. Hemos visto en la catedral metropolitana de Quito su tumba, paradójicamente al frente del brillante mausoleo del inolvidable Sucre, y talvez sin conocer lo suficiente, nos hemos disgustado por aquello de “Padre de la Patria”, mas, si vamos por lo cierto, en verdad lo fue. Apenas tenía 29 años cuando a órdenes del Gran Mariscal y junto a una pléyade de defensores irrepetibles, propinaron a los invasores peruanos uno de los más severos y humillantes castigos que registra la historia de ese país. Concluyó la batalla y el mismo Sucre le premió con el asenso a General de División. A los 30, al asumir las riendas del poder, mostró que era un curtido combatiente pero sin nociones de gobernante; él mismo dijo una ocasión tras una cadena de errores y desaciertos: “Si he cometido faltas, deben atribuirse a mi insuficiencia para la administración, no a mi deseo…” (Actas de la Convención Nacional, 1835, Imp. del Gob. Quito, 1891). Ese acto de humildad, abonaba para un grado de perdón. Después de Miñarica, le cantó el propio Olmedo, porque afrontó valientemente el terrible peligro de disolución del Ecuador en manos de voraces políticos colombianos y peruanos. Basta esa actitud para un sincero reconocimiento.

Los líderes se disputaban sus parcelas

El historiador Alfredo Pareja Diezcaseco opina que el verdadero fundador de nuestra República fue Vicente Rocafuerte, pero creemos que Juan José Flores tuvo mucho qué ver en ese lapso y después, es decir, uno y otro dependieron mutuamente para salvar difíciles escollos y momentos tensos durante cerca de una década del siglo XIX. A cada quien hay que mirarlo en su contexto y circunstancias. La Independencia se dio y se selló con la batalla de Pichincha, pero en el periodo de 1822 a 1830, como Departamento del Sur de la Gran Colombia, nuestra Patria apenas buscaba curarse de las crueles heridas y traumas y había que aprender a organizarse y corregir las secuelas. Flores hizo de la nuestra su patria, pero supo defenderla, entre errores y aciertos hasta el último momento.

Época de fusilamientos y asesinatos

El Portete fue su más brillante demostración, después serían otros campos como Miñarica, en donde, con la mano de Otamendi, produjeron una verdadera carnicería fratricida, sin embargo y gracias a la cual, el Ecuador se salvó de desparecer en pedazos repartidos entre Perú y Colombia. Para el efecto, dos enemigos acérrimos otrora, se reconciliaron, es decir Flores y Rocafuerte. El saldo hasta ese momento, nada alentador, fusilamientos, persecuciones, destierros y muerte; las víctimas, héroes de la Independencia, del Portete, Miñarica, Guáspud, Puná, Pasto y otros lugares; José María Sáenz, hermano de Manuelita, fue ajusticiado en Pesillo, y la propia Heroína, desterrada a Paita por Rocafuerte; el General Maldonado, fusilado en la plaza de Santo Domingo, y dicen que más tarde García Moreno, hizo lo mismo, “tuvo su propio Maldonado”; Nicolás Albán, José Conde, Camilo Echanique, Ignacio Zaldumbide, fueron los que aparecieron una mañana colgados desnudos en los faroles de Quito, que las monjas los tuvieron que cubrir; los hermanos Jarrín, asesinados en Tabacundo, en fin. Tras cuernos palos, en diciembre de 1834 los Ministros Plenipotenciarios de Nueva Granada y Venezuela, procedieron al reparto de la deuda externa; como la delegación del Ecuador no concurrió a esa reunión, “nos echaron el muerto”, queremos decir, nos asignaron el 21,50% de la deuda total que ascendió a 22’230.631.64 pesos, aceptada luego por el gobierno de Vicente Rocafuerte, sin lugar a protestas.

Repudiado y requerido por presidentes

Terminada la presidencia de Flores en 1834 el país se encontraba bajo la amenaza de dividirse en cuatro departamentos: Guayas, Quito, Cuenca y Loja. Como siempre divididos y con ideas separatistas infames. Allí tiene lugar la batalla de Miñarica ya comentada. Luego Flores busca la reintegración de Pasto y Popayán, derrota en Huilquipamba el 30 de septiembre de 1840 al colombiano Obando --otro acusado del asesinato de Sucre-- pero sin lograr ningún beneficio. Luego viene la acción de Flores desde el Perú y la reconquista que pretende con España, y junto a García Moreno, tejiendo otra historia; en 1860 en Guáspud es derrotado y siente vergüenza; en el golfo bate un intento de alzamiento de Urbina –otro hombre de altos y bajos, célebre por la manumisión de los esclavos-- durante el gobierno de García Moreno y enseguida muere; tenía 64 años de edad. García Moreno había dicho en 1855 que ansiaba la muerte de Flores, “causa de tantas desgracias”, pero al final en 1864, expresó: “No me conformo por esta irreparable pérdida…Nada encuentro en el mundo que reemplace al amigo fiel, decidido, previsor, sagaz, conciliador, inteligente, instruido y experimentado que he perdido…” ¡Qué cosas no!

El juicio de la historia

Entre los personajes vinculados con la Historia Nacional Ecuatoriana, algunos se mantienen en la memoria colectiva con el profundo agradecimiento, respeto y admiración de todos los conciudadanos, tales: Rumiñahui, Atahualpa, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Manuelita Sáenz, Eugenio Espejo, Rocafuerte, Eloy Alfaro, Vargas Torres y cien más. Monumentos, calles, aeropuertos, ciudades, pueblos, montañas y avenidas perennizan esos nombres como el mejor legado para las nuevas generaciones, aunque muchos jóvenes conozcan más de futbolistas y otros deportistas, que de estas auténticas figuras de la dignidad nacional, cuyo sacrificio, al margen del dinero, constituye el mejor ejemplo. El juicio de la historia es inexorable, enérgico e inflexible, no se equivoca. En esa virtud, juzguen lectores lo que hoy sucede con personajes como Juan José Flores: en Puerto Cabello, su tierra, una plaza denominada “Juan José Flores”, con una estatua del prócer, obra del escultor Manuel de la Fuente, develada en 1995, y un pueblo llamado Flores; en Cuenca, el nombre de una calle, creo que no existe más, ni un monumento; en Girón, el nombre de una Escuela, y un busto que pocos niños saben de quién es, ni su verdadera historia…Nada más.

César Pinos Espinoza

cesarpinose@hotmail.com

www.proyectoclubesdecomunicacion.blogspot.com

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