domingo, 3 de octubre de 2010

El impresionante templo de Pachacamac





Publicado en Diario El Mercurio, de Cuenca, Ecuador

Cuentan los cronistas que a Calicuchima o Calcochima, uno de los últimos guerreros quiteños defensores del Tawantinsuyo, habiendo caído en manos de los españoles en Cajamarca le esperaba una muerte espantosa. En efecto, para saber dónde había tesoros ocultos lo enterraron sólo con la cabeza al aire rodeada de fuego, pero el jefe indio en actitud heroica jamás reveló nada. Antes de ser quemado vivo gritaba ¡Pachacamac! ¡Pachacamac!, invocando a su dios, el todopoderoso e intangible como el Dios de los cristianos.

Pachacamac era considerado el “soberano del mundo”, “un dios sin piel ni huesos”, el creador de personas, plantas, animales y todo cuanto existe. Estaba ligado a varios elementos de la naturaleza, como el agua y fenómenos como los temblores, muy comunes en la costa pacífica del Perú. Sin embargo, lejos de ser quien protegía a las personas de los movimientos telúricos, era quien los provocaba y a quien había que agradar y ofrendar para evitarlos.

Cerca de Lima, Perú, recorro el enorme e impresionante complejo. ¡Cuánta grandeza e imponencia del pasado! Han transcurrido cerca de dos mil años y creo que desaparece poco a poco, como para evidenciar lo efímero de este mundo. Varias culturas ocuparon ese espacio y cada una contribuyó a través del tiempo: Lima, Ichsma, Wari e Inca. La relación con nuestras culturas ecuatorianas de la costa se dio sin duda alguna, pues en la Sala Museo Oro del Perú del Malecón de la Reserva se destaca a la concha Spondylus, única en su género, proveniente de los alrededores de Manta. Y Aquí el mito: “Pachacamac crea una pareja pero no los alimentos, y el hombre muere de hambre. La mujer desesperada pide ayuda al Sol, padre de Pachacamac, para que le provea de alimentos y no correr la mala suerte de su esposo. En respuesta el Sol le promete lo solicitado, pero a la vez la fecunda, procreando un hijo con ella para que sea su guardián. Al conocer Pachacamac la intervención de su padre, el Sol, furioso y muy celoso por la intromisión mata al niño y lo descuartiza en muchos pedazos. Desolada por la desgracia de su hijo la mujer entierra los pedazos ocurriendo un hecho prodigioso: de los dientes del niño brota el maíz, de sus huesos, las yucas y demás raíces, de la carne los pepinos y otros frutos. Desde entonces no se sufrió de hambre y se vivió en abundancia”. La época más antigua en Pachacamac corresponde a la cultura Lima, que va desde los inicios de nuestra era hasta el año 600, aproximadamente. Las primeras ocupaciones se iniciaron hacia el 200 a.C. Con la llegada de los Wari procedentes de Ayacucho hacia el año 650, Pachacamac extiende por primera vez su influencia a otras zonas de los Andes centrales. No hay evidencias de una masiva presencia en la construcción de inmuebles, a excepción del Templo de Pachacamac. El templo más antiguo de Pachacamac data posiblemente de los tiempos de Tiahuanaco-Wari con los llamados “adobitos”, unos ladrillos pequeños elaborados con una mezcla de barro y conchitas marinas. Un ídolo de madera encontrado, que representa al dios, no era de estilo incaico sino muy anterior, de acuerdo al investigador Alberto Giesecke (1938).

Entre 1200 y 1450 d.C. se desarrolla la cultura Ischma. Es época de esplendor del centro ceremonial con un urbanismo de corte religioso. En este momento se fortalece el Templo Pintado y se construyen los 15 Templos o Pirámides con Rampa y las dos calles principales. Los Incas, al llegar al valle (1450-1532 d.C.), establecieron nuevos centros administrativos, adecuando las construcciones preexistentes a las nuevas necesidades. Se construyó el Templo del Sol, el Acllawasi (para las Vírgenes del Sol), el Palacio de Taurichumbi, la Plaza de los Peregrinos, entre otros. Alrededor de 1450 d.C., Tupac Yupanqui viaja a Pachacamac, hace muchos días de ayuno y oración delante del templo, rogando ser conducido hacia la presencia de su dios. Realiza grandes sacrificios de llamas y queman muchas prendas de vestir, como era la costumbre. A Pachacamac acudían los peregrinos de todo el Perú en busca de soluciones a sus problemas o respuestas a sus dudas. En ese momento es que asume este dios el papel de oráculo. El siguiente relato fue escrito por Hernando Pizarro (hermano de Francisco) quien visitó y conoció personalmente al ídolo de Pachacamac en 1533. Resume con mucha exactitud cómo se podía llegar a él y consultarle:

"Este pueblo de la mezquita es muy grande e de grandes edeficios: la mezquita es grande é de grandes cercados é corrales... Para entrar al primero patio de la mezquita, han de ayunar veynte días: para subir al patio de arriba, han de aver ayunado un año. En este patio de arriba suele estar el obispo: quando suben algunos mensajeros de caciques que han ya ayunado su año, á pedir al dios que les dé mahiz é buenos temporales, hallan el obispo cubierta la cabeza é assentado. Hay otros indios que llaman pages del dios. Assi como estos mensajeros de los caciques dicen al obispo su embaxada, entran aquellos pages del diablo dentro de una camarilla, donde dicen que hablan con él; é quel diablo les dice de que está enojado de los caciques; é los sacrificios que se han de hacer, é los presentes que quiere que le traygan". Hernando Pizarro y sus compañeros provenientes de Cajamarca buscaban tesoros que en el santuario de Pachacamac habían en cantidades, querían completar el botín para el rescate de Atahualpa, pero, ya los indígenas habían escondido las joyas más emblemáticas. Por ello hicieron pedazos el ídolo principal de madera; lo ubicaron al violentar una pequeña cámara situada en la cima del llamado Templo del Sol, una estructura arquitectónica de factura incaica y la más extensa de las construcciones que conforman Pachacámac. Luego quemaron y destruyeron lo que les vino en gana. Con el arribo del arqueólogo alemán Max Uhle al Perú entre 1895-1896, se inician los trabajos de investigación científica. Uhle comienza su labor en Pachacámac en febrero de 1896 y concluye en diciembre del mismo año. El resultado de sus trabajos de campo fue publicado por la Universidad de Pensilvania en el libro Pachacámac (1903). Luego investigaron George E. Squier, Adolph Bandelier y Ernst Middendorff.

Pero la principal fuente de evidencias arqueológicas de Pachacamac corresponde a Uhle que excavó al pie del Templo Pintado; el informe contiene la más grande colección de entierros envueltos en finos textiles multicolores con la técnica y decoración propia de los Wari de Ayacucho. A esta zona arqueológica de Pachacamac de 465 hectáreas llegan cada día cerca de 500 turistas. Lo visitan niños, jóvenes y adultos mayores del Perú y de los más diversos lugares del planeta. Todos quedamos absortos ante tanta grandeza del pasado. ¿Cómo habrá sido en momentos de su máximo esplendor? La respuesta la dan los cronistas: Primero los curacas, cual verdaderos reyes que imponían su voluntad en ese centro político y religioso para todo una gran imperio. Casi al final los incas: Tupac Yupanqui, Huayna Capac, quizá Huascar, y Atahualpa hasta su ocaso el 29 de agosto de 1533, en manos de un audaz y desesperado aventurero, “cuando obscureció en la mitad del día”. Aunque el Cusco era el centro político, en Pachacamac los reyes debieron haber sido inalcanzables, intocables, invisibles y divinos en esos interminables aposentos, desde donde se ejercía el control religioso del gran imperio que comenzaba en el río Angasmayo, al sur de Colombia, se extendía por el actual Ecuador, proseguía por el altiplano boliviano y llegaba hasta el sur de Santiago de Chile y parte de los territorios de Argentina.

Una sensación de pequeñez se siente en el ambiente, en el polvo que a ratos se levanta, y de un paso raudo del tiempo, quizá para nada, para ser escombros, difíciles de imaginar en momentos de máximo apogeo, esplendor y belleza. Más allá, Lima, que tiene fresco el recuerdo de su derrota en Chorrilos, enciende las primeras luces de la tarde y se apresta a los sones, para festejar, como siempre, el término de un día más...


César Pinos Espinoza

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