sábado, 2 de octubre de 2010

La ruta escondida de Manú y Guanazán

Publicado en Diario El Mercurio, de Cuenca, Ecuador

Al paso entre Santa Isabel y El Oro, hacia la izquierda, siempre nos ha llamado la atención un trazado raro de líneas que son carreteras que se pierden poco a poco en lejanas montañas azules. El amigo Robert Álvarez me acercó un día para lograr una ranchera de transporte que salía apresurada hacia esos lugares. De allí comenzó una nueva aventura. Junto al llamado “control integrado” de la Policía se inicia el recorrido. Primero el caserío de Huascachaca (puente de soga), que según algunos fue una ciudad cañari, luego el puente angosto que conduce a Uchucay (tierra del ají) y Sumaypamba (pampa hermosa), ya de por sí lugares interesantes en jurisdicción lojana con cultivos de cebolla, frejol y frutales, para ascender lentamente hacia una vista espectacular. Desde aquí se observa la confluencia del los ríos León y Rircay que juntos hacen el Jubones (Tamal aicha=devorador de hombres) y el ingreso de éste en el gran cañón desértico con rumbo al sur para recibir las aguas del San Francisco que viene desde Pucará y cruzar por territorios orenses con destino al mar.

Antes era tierra olvidada

La “chiva” prosigue su ascenso, carretera en buenas condiciones aunque angosta, zona desértica y de topografía muy irregular con paisajes raros hasta llegar a Las Cochas. Este nombre se justifica, contamos más de nueve pequeños reservorios y lagunas; profundos cañones y abajo un riachuelo casi seco hasta llegar a Uduzhe. Son las 12h50, este pequeño caserío perteneciente a Manú y al cantón Saraguro está casi despoblado. María, una mujer joven me dice que su marido está lejos, y se ve triste. No falta una capilla vistosa y una escuela. Varios jóvenes conversan y se nota que están sin trabajo. Desde la parte más elevada de este lugar se divisa el Portete, Pacchamama, El Quingo y las montañas de Pucará. A las 13h40 escucho en mi pequeño radio “los rojosaurios” de La Roja. Por fin llega otra “chiva” casi llena de gente y con las justas me lleva a Manú. Son las 14h30. No habrá más recorrido este día, por lo tanto hay que buscar alojamiento y comida. Me informan que aquí funciona un colegio Técnico Agropecuario, una academia artesanal y una escuelita. Poca gente, pero me aproximo a unos ciudadanos que conversan plácidamente sentados en una vereda; ellos son Enrique Guzmán, Ayorge González y Víctor Manuel Aguirre. Comienzan las historias: “Ahora es fácil ir y venir de Santa Isabel. Cuando era muchacho se hacían siete horas por malos caminos a lomo de mula; a los enfermos les llevaban en macanas”, dice uno de ellos. Don Enrique cuenta que cuando joven se desmandibuló y lo tuvieron que llevar así al pueblo y allí le atendió el doctor Vintimilla. Después al regreso ya estaba comiendo mangos, recuerda, y todos festejan. Se acuerdan de don Rafael Guamán que llevaba mercadería desde Cuenca en las fiestas y ellos le compraban.

Se ha detenido el tiempo

Manú se encuentra a 2220 msnm. Hoy tiene facilidades para transporte a otros lugares, especialmente a Loja, Saraguro, Guanazán y Santa Isabel. Aquí el tiempo transcurre lentamente. Camino, tomo fotos, converso, observo, me sobran las horas y espero que llegue la noche. Desde este lugar se puede llegar al Cerro de Arcos (¿será el nombre por el médico e investigador ecuatoriano Gualberto Arcos?), monumentos pétreos naturales de formas raras; en 4x4 se llega en una hora, más dos horas caminando; también a la laguna Chinchilla, nombre que proviene de un pequeño roedor de pelaje muy estimado. En Manú me alojo en un hotel de “una estrella”-la chica que atiende- propiedad de la señora Vitalina Tituana. En el saloncito-comedor hay un buen número de fotos del Che Guevara. Converso con sus hijos Franco y Gerardo, visiblemente de pensamientos opuestos; el uno puso las fotos y admira al Guerrillero, el otro todo lo contrario, pero se respetan. Hablamos de las mujeres que piden caridad, del bono solidario en el cual “no están todos los que son ni son todos los que están”; hay críticas contra ciertos individuos que dicen ser revolucionarios pero en la práctica no lo son, en fin.

“Quemados como ratones”

En este lejano lugar sintonizan de día radios de Cuenca y de noche Telerama y Canal Uno. Yo les digo que desde Yunguilla en una noche despejada se ven luces; ellos aseguran que son las pequeñas poblaciones de Manú, Lluzhapa y Yúlug. Aquí cuentan que en tiempos pasados la gente comenzó a construir la carretera “a pico y pala”. En 1996 sembraron 900 hectáreas de pino en una comuna de la parte alta, pero luego “el suelo se hizo como de cemento”, y lo evidente: “antes el sol no quemaba tanto como ahora”, según Orlando Segarra; “la culpa es de los grandes”, acota Ayorge González, “nosotros moriremos quemados como ratones”, sentencia. El pueblo se encuentra ubicado en una pequeña hoya al pie del cerro de Zhatapal. Todos me preguntan qué hago por esas tierras y un joven colorado me dice: ¿no es de los italianos? No sabía el por qué de esa pregunta, pero en Guanazán encuentro la respuesta.

Paltacalo con historia

Instalado en mi “suit” duermo plácidamente y ya a las 06h00 estoy de pie para desayunar y esperar un bus hacia Guanazán. Guardo alguna inquietud porque en Santa Isabel me dijeron que por esa ruta asaltan a los vehículos, pero aquí me aseguran que eso sucedió alguna vez en la vía Guanazán-Uzhcurrumi, mas no ahora. Tras una hora y media de viaje llego a las 11h00 a Guanazán. Lo que más quería ver desde hace años es el cerro de Paltacalo, está allí como un cuerno; tiene historia: “El Ecuador fue un lugar de varias sedimentaciones”. Los hombres de la raza de Lagoa Santa, venidos del Brasil, y cuya presencia en los Andes se halla demostrada por el cráneo humano de Punín-cráneo de mujer, encontrado por el arqueólogo norteamericano H.E. Anthony en el primer cuarto del siglo XX- y por los huesos diseminados en la cueva de Paltacalo, los caribes, los mayas, los mochicas, marcaron la crónica de esa edad arcaica. El profesor francés Paúl Rivet encontró en los refugios rocosos, cerca de la cueva de Paltacalo, diecisiete cráneos humanos que ofrecían cierta similitud con los de los melanesios. Es decir, encontraron que el hombre de Oceanía tenía parentesco con el hombre primitivo ecuatoriano. Y eso no es todo: en el mundo cañari, la parte más alta del cerro de Paltacalo servía como momento culminante para los delincuentes, quienes eran lanzados al vacío como pena máxima. Los restos encontrados en la base de la montaña así lo evidencian.

En Guanazán busco a unos extranjeros, los italianos de que hablaba el “colorado” y sale a recibirme una hermosa chica de ojos azules de nombre Dorotea, tiene 19 años, es del norte de Italia, le gusta mucho el lugar y trabaja junto con otros paisanos en proyectos sociales, volverá en unos días a su tierra para obtener más dinero.

De Guanazán varios caminos

A partir de Guanazán se puede viajar a Zaruma en tres horas, pasando por Bellavista, Sabadel, Taurococha, Tambillo (al lado de Palenque) y Salvias. Mientras tanto otra “chiva” ya me pita, saldrá con rumbo a Uzhcurrumi y el Pasaje. El vehículo va lleno, la carretera es asfaltada y sinuosa, prefiero no ver los profundos abismos y pienso en otras cosas en espera de que transcurran los minutos. Pasamos por cerca de Zhigún y luego por Daliche; según me dijeron, este punto era hace muchas décadas paso obligado para los morlacos que viajaban hacia Portovelo, Piñas y Zaruma. Cambia la vegetación, del frío pasamos al calor, por ahí cerca está Abañín y luego a las 12h50 llegamos a Aguacate, después Unuyunga, Algodonal, Chillayacu y por último Uzhcurrumi, dos horas después de haber partido de Guanazán. Uzhcurrumi (piedra del gallinazo) luce triste, pasaron ya sus días de esplendor que conocí en los años 70.

César Pinos Espinoza

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