sábado, 2 de octubre de 2010

Uzhcurrumi y Porotillo


El vehículo desciende lentamente hacia los calientes de Daliche, Algodonal y Aguacate. En los años 40 y 50 del siglo anterior Daliche era paso obligado de los viajeros cabalgando procedentes de Zaruma, Portovelo y Piñas con rumbo a Cuenca, algunos para estudiar Derecho o Medicina en su Universidad, y viceversa, de los azuayos que iban hacia la parte alta de las tierras orenses conduciendo recuas cargadas de queso y mercaderías para incipientes mercados de pequeñas poblaciones.

No es difícil imaginar el sacrificado tránsito desde el norte atravesando ríos, caminos de camellones, zonas cálidas y malsanas en agotadoras jornadas de varios días, hasta llegar a centros mineros que convocaban a gente de todas partes, incluso extranjeros venidos de tierras lejanas de ultramar, con costumbres misteriosas, religiones y lenguas desconocidas que a través de las décadas, por presión de fanáticos e intereses económicos, fueron perdiéndose y se sumieron poco a poco en el olvido.

“Vino, vio y venció”

Hoy por los lugares que paso ya nadie recuerda nada. Las nuevas generaciones centran su interés en el comercio, la minería artesanal y la pequeña producción que llevan a Uzhcurrumi en los días de feria. A este pueblo lo vi floreciente en los años 60 y 70 en la época de la carretera que unía a Santa Isabel con el Pasaje, pasando por los desfiladeros de Pacchamama, por San Francisco y Chilcaplaya.

La carretera fue construida durante una administración de Velasco Ibarra, con una solemne y bulliciosa inauguración en Pasaje. Su artífice, el ingeniero Isauro Rodríguez Loaiza, un lojano que “vino, vio y venció”, y se quedó para siempre, porque llegó a amar la tierra chabela. Colgados con sogas en las peñas construyeron la carretera, con dinamita y a pico y pala; todavía no se consolidaba la era del tractor. Por supuesto la obra tuvo un costo lamentable de vidas humanas. Hoy esa ruta se ha cerrado y desaparece lentamente; guarda placas recordatorias en rincones, es silenciosa y ya nadie pasa por allí, sólo las cabras de vez en cuando.

Vuelta a la República

Antes de Uzhcurrumi queda también de recuerdo un puente, muy angosto pero bien hecho, como los hacían antes, y en la roca está insertada una placa que recuerda a los ejecutores. ¡Ah, si ese puente hablara! En la honda quebrada forjada en siglos por el río, mucha agua ha corrido desde que hicieron ese paso, en el tiempo cuando pasaban veloces aunque cautelosos los bólidos Ford, Chevrolet e Internacional en las denominadas “Vuelta a la República”, el más esperado espectáculo automovilístico de verdaderos volantes. Casi ya han desaparecido todos. Quedan en la retina y en la memoria nombres como Jaime Endara, Luis “loco” Larrea, Salomón Dumani, Arturo Semería, el “gato” Cucalón, Otto Balduz, los hermanos Harb, Benavidez e incluso un peruano llamado Federico Pity Block; para los azuayos todavía son recuerdo borroso, los entonces jóvenes hermanos Picón de Girón y Gustavo Piedra Coronel de Santa Isabel, con poca suerte en esta clase de lides. No se ha sabido que alguien los haya rendido un homenaje a quienes en su momento unieron a nuestros pueblos de un modo muy sui géneris. Algunos eran gente adinerada que quiso dejar huella en pueblos y ciudades, cuando las carreteras asfaltadas todavía eran un mito. Para los niños de entonces, eran mejores héroes que los que hoy muestra la televisión.

“Si su hija sufre y llora…”

Uzhcurrumi, antes centro de comercio de cereales y origen del sacrificado trabajo y fortuna de algunos ciudadanos, pasó a la historia. El nuevo trazo de la carretera actual por Zarayunga, Las Palmas y Quera, le empujó a segundo plano, aunque para algunos como don Manuel, es mejor, “porque se vive en paz y sin la bulla de tanto carro”. Mientras tanto, los gallinazos, como desde hace mucho tiempo, siguen anidando en una gran piedra, confirmando el nombre quichua de Uzhcurrumi (piedra del gallinazo).

Desde este pueblo en un bus prosigo hacia el sur. Me distraen las leyendas interiores que todavía llevan algunos vehículos: “De mí te olvidarás, pero de lo que hicimos jamás”; “Pilas chicas, ayudante libre y disponible”; “Si su hija sufre y llora, es por un chofer señora”. ¡Qué cosas no!

La emboscada de Porotillo

El Jubones prosigue su marcha. Más abajo está Porotillo, junto a la quebrada del río Cune. Aquí hay que detenerse porque existe una historia sangrienta. Fue durante la invasión peruana de 1941. Miles de soldados del sur se habían tomado las poblaciones de Santa Rosa, Pasaje y otras, causando una verdadera tragedia en pueblos pobres, pacíficos e indefensos, incendiando, robando, destruyendo, violando a mujeres y matando sin miramientos, ante la impavidez, complicidad e ineptitud de un gobernante tristemente célebre, hombre que decían, muy culto e inteligente, pero que más obedecía a su supuesto ancestro peruano.

En esas circunstancias en Porotillo se preparaba una trampa. Un pequeño grupo de combatientes ecuatorianos tendieron una emboscada a los peruanos en un recodo del camino. El lugar era perfecto para el caso. Yo lo vi y medité muchas veces in situ. No podían fallar. Una ametralladora “ZB” y unos cuantos “máuser” castigarían ferozmente a una avanzada de cerca de 40 peruanos. La matanza fue casi total. El pánico se veía en el rostro de los invasores. La tragedia tiñó de rojo a Porotillo. Sólo dos se salvaron en el momento del tiroteo; se lanzaron al lecho del Jubones queriendo escapar de la furia de los defensores; pero el uno pereció ahogado y el otro, algunos días después llegó casi muerto al Pasaje para contar que toda la patrulla había sido aniquilada. Mi ex maestro de la escuela Honorato Vázquez, don Miguel Morales Villavicencio, que en paz descanse, nos contó a los niños con lujo de detalles el suceso; él tenía veinte años y fue actor en aquel aciago día. Lo que vino después ya es de imaginar. Los peruanos se enfurecieron, también se atemorizaron, pero bombardearon con su aviación pueblos como Santa Isabel, de modo infame, mientras enormes columnas de refugiados avanzaban a tierras azuayas; un avión llegó a Cuenca se dio una vuelta por El Vecino y cuando algún soldado quiso dispararle, un oficial le impidió; le faltaban pantalones. Nació un millonario que aprovechó la ocasión; fuimos humillados y ofendidos; y al término, fue amputado nuestro territorio. El mundo comenzaba a vivir la Segunda Guerra Mundial.

Prosigo desde Porotillo imaginando la tragedia. Recuerdos de una tarabita tendida sobre el Jubones, mis amores juveniles y el cruce del cable de acero una noche con trapecio, a pesar de que la “chillana” me pedía que no lo haga porque el río “devorador de hombres” estaba enfurecido, en fin, tantas cosas. Llego a Quera y retorno a casa. La historia y la noche, quedaron atrás.

César Pinos Espinoza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario